La independiente y masiva protesta (sin liderazgos visibles) de un movimiento femenil en México, a favor de demandas de justicia, igualdad y una vida sin transgresiones violentas sufridas por el solo hecho de ser mujer, tomó desprevenida con muy pocas excepciones a amplios sectores de la 4T, y a una derecha que con vil oportunismo prontamente detectado quiso sobre la marcha subirse sin fortuna al tobogán de los acontecimientos.
En efecto nada hay más colocado en las antípodas de las demandas históricas del movimiento feminista que la derecha en todas sus variaciones, incluyendo al clero reaccionario que en esta ocasión por la voz de estulticia sin par del vetusto cardenal Juan Sandoval Íñiguez (“con cualquiera bien vestido se suben y por eso las matan”), buena parte de la Iglesia católica descalificó la lucha de las féminas con socorridos estribillos machistas: “Merecido se lo tienen por atrevidas; por eso les pasa lo que les pasa”.
Por su parte la izquierda, sobre todo la gubernamental, sufrió un rotundo revés al no calibrar el grosor de la demanda social que se alzaba frente a ella y sobre todo el lopezobradorismo dejó pasar una oportunidad de oro para hacerse de popularidad política renovada, y más que nada para articular orgánicamente a este mar de contingentes voluntarios que se dio cita para marchar a la Plaza de la Constitución en el recorrido usual para este tipo de manifestaciones, con la particularidad que constituyó una de las primeras del siglo XXI en México que no tuvo declarativamente fines electorales o nítidamente políticos, aunque cabría acotar que acaso no haya nada más político que gente saliendo a la calle a protestar en contra de determinadas condiciones de vida.
Mensaje político al gobierno federal en turno (a los poderes locales ni cómo mencionarlos) y mensaje político a la sociedad, por más que ésta en mucho, desde las redes sociales, haya simplificado al extremo de la caricatura el movimiento que tuvo dos fases: marcha de protesta y un paro sui géneris, que aunque pudo haber sido formulado con mejor tino. Muchos observaron que quedarse sin salir a sus habituales ocupaciones, de nuevo relegó a las mujeres al universo de las labores domésticas, que el modo de producción social imperante les impone como rol absoluto.
La marcha por su parte quedó indeleblemente teñida y mediáticamente grabada en el imaginario colectivo del vandalismo ejercido por parte de mujeres nucleadas en grupos de sedicentes anarquistas que cada vez con mayor frecuencia hacen exhibición de lacras insoportables, las que, aunque en algunos sectores se quieran disfrazar de prácticas revolucionarias, son con frecuencia dañinas –incluso físicamente para los protestas pacíficas– y acaban por tergiversar hasta el mensaje pretendido de las mismas.
Resulta inquietante esa metáfora del centro del poder de México, de amagos rendido ante los aceites flamígeros en múltiples sprays de los atacantes que desde anonimatos vergonzantes explotan con impunidad frecuente y gozan de prender fuego a la puerta principal de Palacio, la Puerta Mariana.
No se acusa a un esquivo simbolismo profanado, pero sí es innegable que asaltar al Palacio debe ser tomado en serio por su significación profunda. Es cuestión tan solo de imaginar que las puertas se abatieran ante el ímpetu del vandalismo de las huestes sobre los tesoros irremplazables, pictóricos y de todo tipo que alberga en su interior. Las vallas endebles alrededor de un sinnúmero de estatuas y monumentos, puerilmente sostenidas con palillos derribados al primer acoso, son un ejemplo patético de lo anterior.
Nada de esto por supuesto opaca la otra vía discursiva de la marcha, ya que todo ello fue para llamar la atención a que hay un número diario, escalofriante, de mujeres asesinadas, violadas o desaparecidas ante una mirada social y gubernamental complaciente.
Buena parte de la izquierda que ahora hizo mutis, podría poner sobre la mesa consideraciones profundas, exhaustivas, de por qué está sucediendo así. No basta con acudir al lugar común y simplificador (“faltan valores en las familias”) para explicitarlo.
Requiere renovarse el debate respecto a que el feminismo –como lo ha apuntado José Jaime Ruiz– surge de las estructuras y modos de producción social del neoliberalismo del que trata de liberarse (y de aquí la miopía de la 4T que no la hizo su vanguardia, que no la abanderó ahí mismo). El feminismo liberador pretendería en última instancia emanciparse de esta fase del capitalismo financiero “que se adueña de la vida de los seres humanos a través de financiamiento, los créditos, la deuda. Siervos del siglo XXI, los ciudadanos del mundo ‘deben’ y, a partir de este principio económico, no son dueños de sus vidas. El feminismo demuestra, en contra del neoliberalismo, que la emancipación inicia con el derecho al cuerpo, inclusive económicamente. El feminicidio significa romper ese derecho, violarlo, anularlo”. Difícil añadir más.