Política

Entre el sopor de lo sutil y el tedio de lo explícito

  • Cruzando el Charco
  • Entre el sopor de lo sutil y el tedio de lo explícito
  • Guillem Martí

Después de una intensa jornada laboral y una tarde que no acostumbra a ser menos frenética, me gusta refugiarme en la cocina. En mi pequeño fortín, aislado del mundo exterior, logro cambiar el compás del reloj.

La respiración se sosiega y el latir del corazón amansa su ritmo.Abro la puertecita del armario de cristal y saco del estante superior una delicada copa balón, reliquia de las cenas en el jardín de mi apartamento en Barcelona.

Corto media lima y la restriego por el interior del esférico recipiente impregnando en el intenso aroma del cítrico. Hasta seis cubitos de hielo son necesarios para colmar la copa. Acompaño el hielo con una filigrana de piel de la lima, tres bayas de enebro y una ramita de romero antes de verter pausadamente la ginebra.

Disfruto viendo como se desliza entre los cubitos y los hace crujir por el cambio de temperatura.

La tónica burbujeante completa el refrescante gintónic.Levanto la copa y doy un largo trago. Acto seguido abro la nevera e investigo qué ingredientes tengo a mi disposición. Posteriormente compruebo también el inventario de la despensa. Nunca hago la compra pensando en las recetas que prepararé. No es por descuido ni por falta de organización. Es simplemente que me gusta el reto de ser creativo en la cocina.

Disfruto experimentando, probando, descubriendo nuevas combinaciones de sabores y texturas. Aunque debido a mis limitadas cualidades culinarias a veces el invento fracasa y mi paladar termina maldiciendo esta afición creativa.

Acostumbro a tener la suerte de que mi pareja me acompañe en la preparación de la cena. Disfrutamos contrastando las impresiones del día y compartiendo nuestras alegrías y preocupaciones. Y entre los tragos de gintónic y las apetecibles aromas que emanan de los fogones, una inofensiva pregunta termina por romper la idílica armonía de nuestro santuario culinario.

¿Qué película vamos a ver?

En seguida me viene a la cabeza una lista de títulos que hace tiempo que no veo. Novecento, El nombre de la rosa, La batalla de Argel, Doctor Zhivago, El Padrino, Ciudadano Kane, El indomable Will Hunting, Uno de los nuestros, Apocalipsis now, El Show de Truman, Lawrence de Arabia o La naranja mecánica, entre otros.

Ella clava su inquisidora mirada en mis ojos y con una mueca de desagrado intenta dilucidar bajo qué concepto puedo llegar a considerar buenas estas obras del siglo pasado.

Su contraoferta no se hace esperar. Spiderman, El diario de Noa, Buscano a Nemo, Capitán America, Matrix, Moulin Rouge, Los juegos del hambre, El Señor de los Anillos…Entonces son mis ojos los que la interrogan mientras me esfuerzo para entender qué puede hacer que una persona culta e inteligente anteponga estas superproducciones de entretenimiento a las obras de arte que anteriormente le propuse.Desde luego soy consciente que mis gustos cinematográficos son compartidos por una minoría.

Y reconozco que detrás de las películas que ella me propone hay grandes profesionales que han hecho un muy buen trabajo. De hecho, de vez en cuando a mí también me gusta tumbarme en el sofá y relajarme viendo este tipo de películas. No obstante, las encuentro demasiado simples, faltadas de contenido, insulsas. Entenderlas no requiere ningún esfuerzo, pero tampoco te aporta ningún rédito.Esta tendencia hacia el entretenimiento intrascendente, fácil y perezoso nos aleja del arte.

Pues el arte es sutil por naturaleza. Su vocación comunicativa va más allá de la estética y su atractivo no se descubre a simple vista. La música, la pintura, la arquitectura, la danza, la escultura, la literatura y también el cine, expresan emociones, ideas, formas de entender el mundo y afrontar la vida. Pero para comprender su mensaje se requiere atención, paciencia y razonamiento.Para entender una pintura se necesitan algunos minutos, en algunos casos horas.

Pero resulta más estimulante dedicar una media de tres segundo a una foto de instagram para decidir si nos gusta o no. Ya a nadie le interesa el cómo y por qué el señor Eiffel amontonó aquella innumerable cantidad de tornillos y barras de hierro, lo que cuenta es sacarse una buena selfie con la famosa torre de fondo. Lo mismo pasa con la literatura, resulta tediosa a quién esté acostumbrado a la trepidante actividad de twitter.

¿Y quién querrá perder su precioso tiempo viendo el original Ben-Hur si ahora tenemos una versión con menos diálogos, más acción, más sangre y más sexo?

Coincido con mi pareja cuando me dice que no hay películas buenas y películas malas, sino películas que a uno le gustan y películas que a uno no le gustan (a excepción de ScaryMovie 4, que es incluso peor que ScaryMovie 5). Pero sigo pensando que quizás, con la debida atención y paciencia, mucha gente disfrutaría de los clásicos más de lo que disfruta con las películas de Marvel.

Aprender a valorar la sutileza con la que las grandes obras de arte comunican su mensaje nos aportaría un tacto, una perspicacia y una cultura general que empiezan a echarse en falta en esta sociedad dominada por la inmediatez, la brevedad y la simplicidad de las redes sociales.Y mientras espero el día en que el cine con contenido vuelva a ponerse de moda, doy un último trago al gintónic viendo horrorizado como mi novia busca en Netflix la enésima entrega de la saga de Harry Potter.


* A partir de hoy esta columna se publicará quincenalmente.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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