Los intelectuales ilustrados trabajaron incansablemente para disipar las tinieblas en las que vivía inmersa la humanidad. Mitos y creencias se dejaron atrás para enaltecer la razón como la única guía hacia un mundo mejor. El Siglo de las Luces culminó con la Revolución Francesa, que con su lema “liberté, egalité, fraternité” introdujo las bases de nuestro modelo social.En aquellos años París se convirtió en un hervidero de nuevas ideas, de pruebas, errores y progresos.
Pero sobretodo se convirtió en una ciudad roja. Ríos de sangre nacían en sus plazas y recorrían serpenteantes las calles adoquinadas para recordar a los “enfants de la Patrie, le jour de glorie est arrivé”.Pero la proporción de la limpieza que la flamante Asamblea Nacional estaba dispuesta a realizar, requería mejoras en los métodos de ejecución. La rueda, el desmembramiento y la flagelación eran espectáculos de tortura demasiado lentos e inhumanos para los gustos refinados de los ilustrados.
El ahorcamiento, además de ser lento, estaba faltado de sangre, lo que aborrecía al público. La hoguera era una práctica que la Iglesia reservaba a los herejes. Y decapitación por espada o por hacha requería una gran pericia al verdugo, que si no tenía la suficiente fuerza y puntería para terminar el trabajo de un solo golpe, causaba un terrible sufrimiento al reo.
Consciente de que se debía innovar en materia de ejecuciones públicas si se pretendía que éstas siguieran siendo el espectáculo más seguido del país, el diputado y cirujano Joseph Ignace Guillotin se reunió con el secretario de la Academia de Cirugía, doctor Antoine Louis, y con el verdugo más famoso de París, Charles-Henri Sanson.
Inspirados en artilugios similares a los que ya se utilizaban en otros países, diseñaron la guillotina.Con las manos atadas a la espalda, el reo se tumbaba boca abajo en un banco. Su cuello era inmovilizado por una especie de yugo, desde el cual se levantaban dos largas guías.
En lo alto, una afilada y pesada hoja de metal caía a plomo después que el verdugo tirara de la cuerda que la sujetaba. Gracias a la fuerza de la caída y del filo diagonal de la hoja, el cuello del reo era cortado como si fuera de mantequilla. Una cesta recogía la cabeza, que era exhibida por el verdugo ante el jubiloso público mientras el cuerpo decapitado seguía salpicando sangre al ritmo de un corazón que todavía no había dejado de latir.
El invento del señor Guillotin representó el mayor éxito en la historia de las ejecuciones públicas desde que a los romanos se les ocurrió poner a los leones y a los cristianos en el mismo número de circo.
Era un método rápido, eficaz e indoloro, mucho más humano que sus predecesores. Proporcionaba la cantidad ideal de sangre para divertir al público, sin que el verdugo llegara a parecer un carnicero. Y sobretodo, era igualitario. Todos los reos recibían el mismo trato, sin importar su fortuna o su linaje.Para que la igualdad en las ejecuciones reinara en toda Francia, pronto se diseñaron guillotinas portátiles, que facilitaban su transporte hasta las localidades más pequeñas. La adquisición de una guillotina propia era motivo de orgullo para los aldeanos, pero no todos los pueblos se podían permitir una.
Así que a muchos, no les quedaba más remedio que amontonar a sus presos en las cárceles a la espera de recibir una guillotina prestada.Solamente entre junio y julio de 1794, en París se guillotinaron 1.515 personas. En pocos años, más de 17.000 cuellos fueron seccionados por aquel innovador invento. Los reyes Luis XVI y María Antonieta perdieron la cabeza en la guillotina, igual que otros ilustres personajes como Robespierre, Danton y Madame du Barry, quien a punto de ser ejecutada pidió amablemente “un momento más señor verdugo, un momento más”.La leyenda dice que también Guillotin vivió en primera persona la eficacia de su invento, pero es falso.
El creador de la guillotina murió en su cama por causas naturales. Otros personajes con su apellido sí que fueron ejecutados, de aquí la propagación de esta leyenda.Muchos otros países adoptaron la guillotina como un método moderno y humano para terminar con la vida de sus condenados a muerte. Y su utilización se prolongó por casi dos siglos. En Suecia se dejó de utilizar en 1910, en Bélgica en 1918, en Alemania Federal en 1949 y en la República Democrática de Alemania la guillotina segó cuellos hasta 1969.
La última ejecución pública tuvo lugar en 1939 en Francia y fue registrada en video desde una ventana cercana a la plaza donde se realizó. Y también Francia tuvo el privilegio de realizar la última ejecución con guillotina de la historia, esta en privado, en 1977.
Así es como el invento del señor Guillotin fue utilizado durante casi doscientos años. Y gracias a él, se dejaron atrás los inhumanos métodos de ejecución medievales. Todavía hoy se escuchan voces en los EE.UU. favorables a la implantación de la guillotina como alternativa a la inyección letal y a la silla eléctrica.
Estos métodos han demostrado ser poco eficaces y en distintas ocasiones han causado terribles sufrimientos a los reos sin llegar a matarlos. Como ventaja adicional a su eficacia, sus defensores afirman que es un método económico y que permite donar los órganos de los condenados.Se utilice el medio que se utilice, asesinar a sangre fría a un ser humano siempre será un acto bárbaro e impropio de una sociedad desarrollada.
Pero aun teniendo en cuenta la cruel finalidad del invento más famoso de la Revolución Francesa, se debe reconocer que el señor Guillotin ahorró un buen dolor de cabeza a más de uno.
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