El martes pasado -bajo el mural de Orozco titulado ‘El Pueblo y sus falsos líderes’- dentro del homenaje a cuerpo presente a Raúl Padilla, Ricardo Villanueva -rector de la institución y nueva cabeza visible del Grupo Universidad- aventó una afirmación que debiéramos diseccionar: "Hay que decirlo con claridad, la Universidad de Guadalajara hoy pierde a la mente más importante que ha pasado en 230 años aquí".
Hagámoslo en tres tiempos. Según el rector de la UdeG, Padilla sería mucho más importante en la historia de la educación superior jalisciense que Fray Antonio Alcalde, Guadalupe Zuno o Enrique Díaz de León, además de ser un egresado con mayores méritos que Irene Robledo o Jorge Matute Remus.
Entendible es que en los homenajes se exageren y potencialicen los méritos de las personas. En Raúl Padilla no era necesario. Encontrar en los últimos días notas balanceadas era difícil porque la carga intelectual eclipsaba la barbarie política y viceversa. Era notorio ver la cercanía -o lejanía- de comentócratas jaliscienses hacia ‘El Licenciado’ a través de sus columnas: la miopía era evidente. Algunos festejaban los logros de un hombre que, sin duda, fue el político más destacado de Jalisco de las últimas tres décadas pero evitaban entrar en los detalles de presión, chantaje y violencia que lo llevaron a ser lo que fue.
Raúl Padilla concretó lo que ningún otro mexicano ha logrado: darle credibilidad a una institución como lo es la Feria Internacional del Libro como foro de exposición de ideas, debates, de concertaciones y propuestas. Credibilidad que el propio Padilla quería adjudicarse en algunos momentos sin percatarse que su mayor regalo era dejarla ser libre, sin tinte alguno.
Para lograrlo, negoció y presionó a políticos durante años. Con algunos lo hizo triunfante, con otros fue mucho más pesado no porque fueran distintos, sino porque querían otra repartición del pastel.
Logró la autonomía de la institución y creó una red universitaria que adolece de pupitres, pizarrones, materiales de estudio y hasta de papel higiénico. Solo basta preguntar a los alumnos que padecen de ello.
Se acercó a una clase intelectual que, de forma conveniente, nunca le preguntó si en su idea de democracia era correcto que una universidad tuviera un partido político. Tal vez porque el tema era vulgar ante las ideas de transformación nacional que el propio ‘Licenciado’ exponía.
Hoy, la Universidad de Guadalajara tendría que hacerse otra pregunta: ¿Por qué, si la obra de Padilla es tan benéfica para la comunidad, en treinta años no ha salido otra mente que lo opaque?¿No sería el objetivo del maestro dar las herramientas al alumno para que sea más grande que él?¿Qué debe cambiar la UdeG para lograrlo?
Algo es cierto, la universidad cambiará. Veremos semanas o meses de cohesión, pero muchos de los que hoy están incrustados ahí a partir solo de su cercanía con Raúl Padilla, saben que tienen los días contados en la nómina.
Ahí veremos cuáles eran esos falsos líderes a los que se refería Orozco.