Hace un año -más o menos por esta época cercana a la Feria Internacional del Libro-, publiqué un artículo donde advertía que el pleito entre la Universidad de Guadalajara y el Gobierno de Jalisco terminaría por beneficiar al enemigo en común: el presidente López Obrador.
Solo recordemos que, en esos días de 2021, la confrontación entre Enrique Alfaro y el primer mandatario era de baja intensidad, pero con cicatrices causadas por la elección intermedia donde Movimiento Ciudadano -y el alfarismo- habían retenido posiciones en el estado pese a los embates de Morena y la aparición de Hagamos, organización política de la UdeG.
Por el otro lado, Raúl Padilla -y el grupo de control de la universidad por añadidura- sufría una persecución discursiva y financiera desde el poder, muy parecida a la que ejercieron contra otros personajes opositores a la 4T: el poder de la UIF enfilado contra el exrector y líder moral de la Universidad.
Un año después, las presiones continúan y, claro, el pleito también.
Durante la semana, ambas fuerzas mostraron fuerza y dientes. El gobernador, a partir del poder que mantiene entre las distintas fuerzas políticas en el Congreso a las que alineó en detrimento de los deseos presupuestales de los Leones Negros. Ricardo Villanueva plantó cara enfrente de los diputados para que, al final, le escupieran lo que ya sabía y un poco más: ni un peso más para los negocios extra académicos y, de refilón, una rasurada a los dineros discrecionales utilizados para marchas y convivios.
La respuesta fue una marcha de decenas de miles de personas -más de cien mil- en donde el respaldo a la universidad fue el motivo principal.
La marcha fue una bonita metáfora de lo que sucede dentro de la UdeG: directivos protegidos de los rayos del sol en un escenario con excelente sonido y sombra, mientras la mayoría de los asistentes estaban asoleados y lejanos a la posibilidad de externar su opinión en el atril.
Negar que la universidad tiene una burbuja protegida y cobijada a partir de los designios de un solo personaje es mentir. Cierto, el control de la UdeG recae en cinco grupos, pero hoy todos bailan al son del Licenciado.
Me sigue sorprendiendo que la comentocracia jalisciense vea como algo normal que una universidad tenga un partido político, más cuando cuestionaban lo mismo de Nueva Alianza y el sindicato de maestros. Me asombra que no haya una discusión sobre la falta de universitarios en espacios de radio y televisión públicos de la universidad que dieran una visión más aterrizada a la visión del estudiantado de la institución. Al contrario: los espacios están llenos de esos mismos comentócratas que prefieren no cuestionar dineros y políticas públicas de la universidad, como si los cacicazgos fueran normales. Peor aún: lo hacían de otras instituciones con normas de gobierno -es un decir- similares, como los Sosa en Hidalgo, pero aquí pareciera que se les olvida.
El gobierno de Alfaro será recordado por su estilo áspero, duro y hasta soberbio con diversos actores políticos, pero debería de servir para recordar a aquellos que tuvieron una oportunidad para cuestionar la gobernanza de la máxima institución educativa de Jalisco y prefirieron callar por sus intereses personales. Es obvio que el grupo de control de la UdeG se defenderá con todo -es lo lógico y aceptable en la lucha por el poder-, no cuestionarlo y contrastar la situación de las instalaciones académicas con los privilegios de ellos y allegados es peculiar, por decir lo menos.
Al final, es una suma cero en detrimento del alumnado, secuestrado por los embates políticos de ambos grupos. Un año después, es el único perdedor real.
Gonzalo Oliveros