Mientras Juan Ga se va de la Ciudad en medio de una fiesta, Videgaray se va en medio de una revuelta. Se encargó de poner a México en jaque. Su ambición no tuvo límites. Se metió con todo lo que pudo para manipular a su antojo no solo a la hacienda pública, sino todo lo que estaba a su alcance. El del dinero era él. Se metió con la gobernanza del Estado mexicano. Y tristemente, en medio de todo esto, hizo añicos a Peña y a México.
Me imagino la cara de la secretaria de Relaciones Exteriores del país más poderoso de toda América Latina, cuando de sopetón y sin previo aviso, se enteró que venía en camino Trump.
Olvídese usted por un momento de los insultos, bajezas, idioteces e incoherencias que dijo. Solo imagínese que viene a su casa un invitado y que tenga que quedarse afuera, atónita y estupefacta. Por decoro presentó su renuncia, faltaba más... no sin antes haberle hablado a su tío preferido. Con todo y que Pedro Aspe fue muy importante para él, y hacedor de Videgaray... el poco tino de traerlo, de no avisarle a ella y lo que generó después, no solo en México, sino en el mundo entero, hicieron que se fuera.
Trataron de culpar al subsecretario para América del Norte, Paulo Carreño, y al jefe de la Oficina de la Presidencia, Francisco Guzmán de haber influido en esta decisión.
Videgaray ya pasó a la historia. Fue un hombre inmensamente poderoso. Participó en negociaciones importantes, pero se equivocó hablando con el hijo de Donald Trump para traerlo a México y no decirle a la secretaria de Relaciones Exteriores. Ese es el precio que tuvo que pagar. Adiós.