Alguna vez le escuché a mi entrañable amigo Miguel Veyrat, gran poeta valenciano, el concepto “prelación en el orden de la muerte”.
Me dijo “no hay prelación (preferencia) en el orden de la muerte entre nosotros, esto es, deberían morirse antes los que tienen más años, pero eso no es cierto:
en infinidad de casos se mueren los que nacieron después”: hijos que fallecen antes que sus padres, doloroso ejemplo.
Esto confirma el carácter esencialmente absurdo de la vida humana.
La absurdidad de nuestro tránsito por el mundo.
Hay cinco vías por alguna de las cuales hemos de discurrir para desaparecer, digo yo, de la faz terrena: las enfermedades, los accidentes, los suicidios, los homicidios y lo que se suele llamar muerte natural aunque, en rigor, se trata de lo que los paladines de la ciencia médica apodan paro cardio-respiratorio.
En las vías tercera y cuarta interviene el componente de la voluntad humana.
Ah! Las cinco vías. Ah! La imprevisible prelación en el orden de la muerte.
Es certera la observación bíblica: nadie sabe el día ni la hora de su muerte, pero quienes orquestan los preparativos de su suicidio sí saben el día, aunque no siempre.