La palabra detalle me llega por varios flancos. “Detalles tan pequeños de los dos”, cantaba Roberto Carlos en aquella letra emblemática.
Y yo tenía menos de diez años, creo. Y luego leí: “El diablo está en los detalles”.
¿Por qué? Porque en las minucias nos va la vida en ello, como dijo el cantautor: una pequeña distracción y la vida en ruinas y, en la otra orilla, un pequeño acierto y la vida colmada de alegría.
Por eso: porque el carácter esencial de la vida humana es la palabra veleidad como sinónimo de inconstancia o ligereza.
Lo dice Sor Juan en su poema mayor: “Oh de la majestad pensión gravosa,/que aún el menor descuido no perdona”.
Y lo dice también Silvio Rodríguez: “La gente que me odia y que me quiere/no me va a perdonar que me distraiga”: que no es lo mismo, pero es igual.
Y por ello, sólo por ello, Aristóteles solía dormir con una piedra en la mano.
Cuando la extremidad se relajaba caía la piedra y Aristóteles despertaba.
Allí y sólo allí estaba el detalle. “Dadme un punto de apoyo, esto es, una palanca, y moveré al mundo”, dijo Arquímedes y yo, por contraste, dame un detalle y cambiaré el universo.
Estoy convencido y, además, a mí me deleitan con satisfacción narcisista dos palíndromos de mi autoría, soberbia aparte:
“Ella te da detalle” y “Ella te dará detalle”: en la punta de un alfiler se mueve la inconmensurabilidad del universo.
A que sí. ¡Ah!, por último, me acordé del sofisma teológico: ¿Dios puede crear una piedra que después no pueda cargarla?
En los detalles está el diablo. Va que va.