El reloj se desdobla con fortuna: en el verso de Alberti: “el hueso que más duele es el reloj”. En la canción de Roberto Cantoral: “reloj no marques las horas”.
En el verso de Sor Juana: “reloj despertador del leve sueño”.
En la metonimia del tiempo concentrado en el soneto de Renato Leduc: “que de amor y dolor alivia el tiempo”. En el aforismo clásico: “todas las horas hieren; la última mata”.
En el robo (kléptein) del agua (hydor) acorde con los étimos de la bella voz clepsidra. En los hermosos versos del poeta andaluz Aquilino Duque: “reloj de arena tu cuerpo/lo tomó por la cintura/pa que se detenga el tiempo”.
En el verso inicial de un soneto de Carlos Pellicer: “Tiempo soy entre dos eternidades”. En el “cóncavo minuto del espíritu” del poema mayor de nuestro idioma de José Gorostiza.
En el umbral del colorido soneto de Nicolás Guillén: “El tiempo, Juan, en su fluir callado/gota a gota desgrana nuestra vida”. En la esperanza amorosa de María Greever: “júrame/que aunque pase mucho tiempo/no olvidarás el momento/en que yo te conocí”.
Y en el fervor de la rima de Bécquer, ebria de nostalgia: “volverán las oscuras golondrinas”. En el verso de Borges sobre Spinoza: “las tardes a las tardes son iguales”. Ah y en La poesía del enorme José Martí: “y pasó el tiempo/y pasó un águila por el mar”. El reloj se desdobla con fortuna.