Regalar, dice María Moliner en su diccionario, “es darle a alguien un objeto digno de estimación, con deseo de complacerle”.
Y tiene razón. Tengo para mí que la vida humana es una canasta de regalos.
José Lezama Lima avisó, con certeza, que nunca debemos regalar un regalo. ¿Por qué? Porque el regalo es intransferible, personal, íntimo.
Mi principal regalo en esta vida son mis hijas. Dos regalos que me envió el cielo.
Recuerdo aquella canción de Fito Páez, donde dice “tus regalos deberían de llegar”.
Yo suprimiría el de. ¿Por qué? Porque el de implica suposición y sin el de es imperativo.
Los mejores regalos, estoy convencido, son precisamente los inesperados, esos que no llegan en fechas señaladas: ni cumpleaños ni navidad ni día de las madres.
Los mejores regalos son los que llegan de forma misteriosa e inesperada. Ya sé: el diablo está en los detalles, pero reza la sabiduría del palíndromo: “ella te da detalle”.
Mi principal regalo en la vida es la amistad y, por supuesto, el amor. Ya tengo edad y la vida es un parpadeo.
Por eso, como dijo el Pirulí, Víctor Iturbide, en aquella célebre canción, “me regalo contigo”. Apología de los regalos.
¡Ah!