Le ha tocado su turno a la Presidenta de la Suprema Corte de Justicia, Norma Piña. Un grupo de unos cuantos rufianes y unas cuantas miserables se han plantado a las puertas de la Corte. Dicen que buscan firmas para exigir la renuncia de la ministra. Mju, como no. Se dicen miembros del Frente Nacional Obradorista y han instalado tres carpas. Gritan, injurian y ofenden a Norma Piña porque ella y siete ministros y ministras se opusieron al traslado de la Guardia Nacional a la Secretaría de la Defensa Nacional.
Gil se llevó los dedos índice y pulgar al nacimiento de la nariz y meditó: ¿de dónde vienen estos rijosos pagados, de dónde viene esta pandilla? Gamés lo ignora, pero sabe, en cambio, porque lo ha visto, que todo empezó en la mañanera, en el púlpito donde el Presidente les ha llamado facciosos y corruptos a los ministros y las ministras que votaron contra su iniciativa. Y venga la receta: linchamiento, agresión, infamia. La fachada de la Suprema Corte fue tapizada con cartulinas: “Fuera Norma Piña y su banda de corruptos y ladrones, traidores al pueblo de México”.
Gamés se pregunta si no convendría invitar a estas brigadas a retirarse de ese lugar puesto que impiden el trabajo del Poder Judicial y ponen en riesgo a sus integrantes. Ahora mal sin bien, ¿por qué habrían de retirarse si ha sido el Presidente quien inició el linchamiento?
Incertidumbre
Gilga iba y venía de la ceca a la meca. Acalorado en el amplísimo estudio se preguntaba por el estado de salud del Presidente: si se encuentra bien, el manejo de la información ha sido pésimo; si se encuentra mal, peor todavía. El gobernador de Sonora, Durazno, o como se diga, dijo o quiso decir que “estamos citados, o estoy citado, los gobernadores y las gobernadoras, a una reunión con el presidente López Obrador. No sé si estará presente, no sé si nos acompañará por videoconferencia. El hecho es que la reunión está ratificada”.
Gil caviló: los invito a Palacio Nacional a una reunión por videoconferencia, como quiera que sea estaremos cerca los unos de los otros, siempre será mejor que comunicarnos desde muy lejos. ¡Ay mis hijos, no damos golpe! Salvo el golpe. Gil espera y desespera.
Casos famosos
Se conocen casos famosos de Freud: el de “Juanito”, el de “El hombre los lobos”, el de “Dora”. Si el doctor de Viena hubiera llegado a nuestros calamitosos días, sin duda habría trabajado y escrito el de “La Ministra Plagiaria”. Pónganse sus lentes, tomen entre el índice y pulgar un puro y penetren en su Ello, también en su Superyó. Ella fue ministra de la Suprema Corte de Justicia y era muy feliz. Pero un investigador y escritor de nombre Guillermo Sheridan descubrió que se había plagiado su tesis de licenciatura de la UNAM. Y todo se derrumbó, pero ella lo negó. Aquí viene la parte interesante, los especialistas le llaman negación: yo no plagié y lo que ustedes ven es una alucinación.
Poco tiempo después, se supo que también había plagiado su tesis de doctorado en la Universidad Anáhuac y ella como si nada. Freud habría escrito un episodio con gran fuerza prosística sobre la escisión y la mentira. Y yo soy la licenciada y la doctora, y yo soy la ministra, y yo soy, ¿o no soy?
Ministra, una vez que le retiren los títulos académicos que no obtuvo, directo al diván: soy mentirosa, doctor, miento y robo sin control. El analista preguntaría: ¿Y usted goza robando? La mera verdad, sí. De hecho acabo de robarle unos textos de su carpeta. No están mal. ¿Es usted lacaniano? Los publicaré pronto. El analista: ¿no le da culpa el robo? Culpa, culpa, lo que se dice culpa, no. A veces como que me siento rara, pero luego digo, si aquí a nadie le importa nada y vénganos tu reino. El analista: ¿dígame cómo se siente en estos días? Le cuento: soñé que era una Diosa de la academia francesa. Vargas Llosa y yo entrábamos al mismo tiempo al sagrado recinto. Pronto supe que no era un sueño sino un vaticinio.
Como el doctor de Viena no puede volver, Gilga le pide encarecidamente a Sheridan que escriba el caso de “La Ministra Plagiaria”. Ande, no se haga del rogar.
Todo es muy raro, caracho, como diría Clemenceau: “Manejar el silencio es más difícil que manejar la palabra”.
Gil s’en va