Gil caminaba sobre la duela de cedro blanco con las manos entrelazadas en la espalda mientras leía sus periódicos (sí se puede, ya quedamos), meditabundo y cogitativo, o como se diga. A diferencia de Zavalita, el personaje de Conversación en la Catedral, la gran novela de Vargas Llosa, cuando se pregunta ¿en qué momento se había jodido el Perú?, nosotros sí sabremos responder cuando se jodió México. Se jodió en el sexenio del Presidente más votado de la historia moderna mexicana y cuando el electorado nacional le entregó un enorme cheque en blanco a Claudia Sheinbaum y a Morena y cuando mediante trapacerías y sobre o sub interpretaciones de la Constitución se adueñaron del Congreso. Así usaron ese cheque en blanco para adueñarse del Congreso. México se jodió, oh paradojas de la vida, cuando mediante métodos democráticos Liópez llegó al poder y desde ahí desmanteló buena parte de la joven democracia mexicana. Y que no le vengan a Gil con relativismos históricos: que así fue en el pasado. No. Que el PRI hacía lo mismo. No. De que la corrupción, tampoco. La historia no avanza, dicen los que saben, en línea recta, da saltos y muchas veces regresa a un pasado nuevo e indeseable, así como lo oyen: tendremos un regreso a un pasado nuevo y horrible.
Gil se ha puesto inverecundo y lo sabe, pero se quedan cortos quienes dicen que hemos pasado el umbral y viviremos en un régimen autoritario. Van a perdonar a Gil, pero se equivocan, será peor que un régimen autoritario. Con la pena.
El desastre tiene nombres
Primero la comisión de partidos del INE admitió el ante proyecto de sobre representación, luego ocho de los once consejeros expusieron sus razones y votaron a favor, sólo tres se pronunciaron en contra. Para que no se pierda en el griterío, en el río de tinta, de papel, de pantallas efímeras en diversos dispositivos, conviene dejar constancia por escrito. A favor de obsequiarle a Morena la mayoría calificada en la Cámara de Diputados para que puedan cambiar la Constitución: la presidenta consejera Guadalupe Taddei; las consejeras Norma de la Cruz, Carla Humphrey, Rita Bell López, Dania Ravel; y los consejeros Uuc-kib Espadas, Arturo Castillo y Jorge Montaño.
El acuerdo lo rechazaron Martín Faz, Jaime Rivera y Claudia Zavala. Gil se pone de pie y se quita el sombrero ante la consejera y los dos consejeros, la ética y el conocimiento constitucional podrían coincidir en una línea del tiempo. Como supondrán la lectora y el lector, el Tribunal Federal Electoral avalará los argumentos, si alguno, la postura de los consejeros de la mayoría y el el atraco se consumará. Por cierto que notables las exposiciones de Diego Valadés, qué didácticas, serias y aterradoras las conclusiones de este constitucionalista.
San Francisco en Palacio Nacional
Gil se enteró en un X de Leonardo Curzio. En un anuncio del gobierno de México a través de la secretaría de Gobernación aparece el presidente Liópez abrazando el grueso tronco de un árbol. Y se oye la voz de LIópez, serena, casi podría decirse que suave y dulce: “No me interesa el dinero, aunque ya dije que no todo el que tiene es malvado. Sencillamente soy como San Francisco: necesito poco y lo poco que necesito lo necesito poco. No me importa lo material”.
¿Ya de plano un santo? Gran espiritualidad, sobre todo cuando infama en las mañaneras. Gil imagina a Liópez barriendo los no tan modestos pasillos de Palacio Nacional, le gustaría atender a los leprosos, pero hasta donde se sabe no los hay en Palacio. Cierto que en vez de reconstruir edificios, los destruye, pero eso es otra historia. El Presidente se emplea en faenas humildes y, como San Francisco, se enorgullece del camino de la pobreza, como la de Bartlett, por ejemplo. También se sabe que Liópez ha realizado colectas de limosnas para vender un avión grande y otras obras que fortalecen su mensaje evangélico, como la destrucción de un aeropuerto en construcción, 800 mil muertos en pandemia, el desbasto de medicinas, la destrucción de sistema educativo y el buen trato a los jefes del crimen organizado, por mencionar tan solo algunas de sus obras piadosas. Si, señoras y señores él se llama San Francisco Liópez Obrador.
Es que de veras, me cae.
Todo es muy raro caracho, como diría Albert Camus: “¡Quién necesita piedad, sino aquellos que no tienen compasión de nadie!”.
Gil s’en va