La metrópoli tapatía se hunde. Y no se trata de una metáfora. Literalmente se desploma bajo sus propios pies. La proliferación de socavones en el Área Metropolitana de Guadalajara (AMG) se ha vuelto una postal cotidiana que retrata el fracaso de décadas de desinversión, omisión técnica y una voracidad urbanística sin regulación ni planeación hídrica.
De acuerdo con cifras del propio SIAPA, tan solo en el año 2024 se atendieron 2 mil 832 socavones, lo que equivale a un promedio de ocho hundimientos por día. Así de estructural es el colapso. La cifra, lejos de alarmar a las autoridades, parece haberse normalizado en la agenda pública.
En días recientes, la Comisión Estatal de Derechos Humanos de Jalisco (CEDHJ) emitió una medida cautelar dirigida al SIAPA, exigiendo tareas mínimas de desazolve, inspección y mantenimiento de los puntos críticos del drenaje pluvial. La respuesta institucional ha sido reactiva, limitada y tardía. La ciudad, mientras tanto, sigue perforándose.
Diversos especialistas, como Luis Valdivia, Arturo Gleason y Josué Sánchez Tapetillo, han documentado las causas estructurales del fenómeno. No se trata únicamente de la antigüedad de las tuberías o de su mala calidad; el factor que ha detonado la crisis es la urbanización acelerada, desbordada, sin infraestructura para soportar el volumen creciente de escurrimientos pluviales. Al desaparecer las áreas verdes, sellar los suelos con pavimento y permitir construcciones sin criterios hidrológicos, se incrementa la velocidad y cantidad del agua que llega a los colectores, provocando presión, desgaste, fugas y, eventualmente, colapsos.
El caso del colector de la cuenca de Osorio, donde colapsó parte de la Av. Malecón —generando un socavón de 20 metros de largo, seis de ancho y cuatro de profundidad— es emblemático. A menos de 100 metros, apareció otro hundimiento. Y el patrón se repite en otras zonas como El Bethel, La Penal, La Duraznera, Santa Tere, Analco y el Centro Histórico. En todas, hay dos factores en común, como redes de drenaje obsoletas y urbanización intensiva.
La solución no está en seguir parchando. Como advierte el académico Carlos Suárez Plascencia, sin un diagnóstico integral de la red sanitaria y pluvial —que contemple capacidad de conducción, presión estructural y proyección urbana— toda acción será simplemente paliativa. Mientras tanto, el proyecto del drenaje profundo —presupuestado en 9 mil millones de pesos, pero cuyo costo real podría acercarse a los 20 mil millones, según Gleason— sigue sin una estrategia ambiental de fondo.
La ciudad se nos cae, porque hemos edificado sin pensar en el agua. Cada socavón no solo es una falla del subsuelo, es la evidencia visible del modelo de desarrollo que colapsa. Lo que se hunde no es el pavimento solamente, es la racionalidad con la que se planea el crecimiento urbano en Guadalajara.