Aunque colaboraciones anteriores han tenido como tema la lectura en estos tiempos de aislamiento, no se piense que habré de referirme ahora a la novela de Mario Benedetti que cautivó a tantos lectores en los años 60 y 70. La tregua a la que voy a aludir es la que propuso el Presidente López Obrador a sus adversarios políticos quienes, lamentablemente en un buen número, venían aprovechando el tema del covid-19 para intensificar sus ataques.
Si hace, si no hace, si declara de tal manera o si no, si se retrasa o si se adelanta con las medidas sanitarias, todo servía para criticar, para atacar al primer mandatario.
De pronto surgieron “expertos” como hongos en los bosques; todo mundo se siente con derecho a opinar, a decir qué debe hacerse, cuando en realidad, lo acepten o no, les guste o no el estilo, sí ha existido una estrategia para enfrentar la pandemia en el país y no nos ha desbordado.
Estamos muy lejos de la cifras que se manejan en Europa y Estados Unidos en cuanto a muertes y contagios, y considero que como sociedad podemos contribuir a que no se disparen, pues hay claridad sobre lo que debemos y no debemos hacer.
Nadie puede argumentar que no hay definición de rumbo e información suficiente para la ciudadanía. Quien lo diga será, evidentemente, de mala fe.
Por ello, cuando el presidente propuso la tregua pidió también que se deje de hacer politiquería.
Si la tregua se entiende, según diversas fuentes, como “un concepto que hace referencia al cese de hostilidades por un tiempo determinado entre dos o más adversarios”, ello significa que el presidente acepta la posibilidad de diferencias, discrepancias, desacuerdos, críticas e incluso ataques a su forma de gobernar.
Lo que pide es elevar la mira, entender que la crisis exige sumar desde diferentes trincheras y dejar la politiquería, pues no desconocemos que quienes se dedican a la política lo pueden hacer con dos enfoques: o bien para servir a la ciudadanía a la que representan o con criterios ruines y mezquinos.
A esto último se refiere la politiquería, que no es algo nuevo, ya que desde hace mucho tiempo existen supuestos líderes que la practican.
En México, más allá de quienes hacen de la politiquería un modo de vida, estamos viendo la solidaridad de algunos empresarios, de sectores sociales, de figuras de la cultura y del espectáculo, que están aportando lo propio para hacer frente a la crisis sanitaria que padecemos, junto a la valerosa participación de trabajadores del sector salud.
Esta es la actitud que tendríamos que esperar de esos mexicanos que tienen altos ingresos seguros, muchos de ellos pagados del erario público, y no la mezquindad como recurso para hacerse notar.