Ayer sábado se celebró el Día Mundial de los Ríos. Es también el Día Mundial de la Lucha contra las presas. Un día para estar a favor de la vida y en contra de la muerte.
Siempre se nos ha repetido la narrativa de que la agricultura lleva al sedentarismo que lleva a la civilización.
Cada día hay más evidencias que el sedentarismo precedió a la agricultura. Que algunos grupos se asentaron -temporal o definitivamente- a orillas del agua dulce por la disponibilidad de agua y sustento.
Todo indica que nuestros propios ancestros que poblaron el Nazas y las orillas de las lagunas que se formaban en esta árida planicie, eran seminómadas. Iban y venían imitando a los flujos del Nazas y del Aguanaval.
El agua que corre prohija la vida. Una vida sintonizada, adaptada, a los ritmos del agua, a los tiempos de sequía y a los tiempos de inundación.
El gran drama de la evolución que nos ha dado la exhuberante y bella vida en el planeta también se escenifica donde haya un río. Especialmente ahí, donde haya un río.
No es tanto el agua la que nos ha dado el milagro de la vida en la Tierra como el ciclo del agua.
El agua en un constante cambio de sitio y de estado. Hoy se encuentra aquí mañana allá. Hoy es hielo, mañana nube y luego agua borboteante.
Las presas son trebejos hechos para aumentar las ganancias de los hombres sin miramientos hacia la vida y, a menudo, sin consideraciones hacia otros grupos humanos.
Nuestra gran tragedia es que hoy que sabemos el tesoro que es un río vivo sigamos construyendo presas que los matan.
La presa del Tigre, cerca de San Juan de Guadalupe fue hecha a instancias de una coalición de empresarios insaciables y políticos venales. Iba a costar 40 millones y terminó costando 140.
Prometieron traer riquezas sin fin a los desesperados habitantes de esa parte de Durango y terminó siendo un elefante blanco.
Si hemos de tener futuro en La Laguna ha de ser con dos ríos renacidos. Con sus presas operadas con criterios más ambientales que económicos.
Con pulsos que reparen los envenenados acuíferos y regeneren los bosques riparios perdidos. Como vamos me temo que no llegaremos lejos.