Este año está resultando un año seco, como 2019. Pero estos últimos días algo de lluvia ha caído. Bendita lluvia.
Cuando ha llovido en la noche, incluso fuera de la ciudad, ésta amanece con un fragante aroma de gobernadora.
Las microgotas de humedad suspendidas en el ambiente nos traen hasta nuestras narices el perfume del desierto recién llovido en la forma de los aceites esenciales de esta planta, conocida como “la farmacia del desierto”.
Es un respiro de tantas madrugadas resecas en que el aire de la ciudad huele a caca de vaca.
La lluvia en el desierto es un gozo. Una bendición. Las plantas aceleran su metabolismo ante la presencia de la humedad.
Los ocotillos se forran de hojas para reanudar la fotosíntesis y volver a crecer. Igual la sangre de drago.
Arbustos y cactos estallan flores de colores extravagantes para anunciar a los polinizadores la disponibilidad de dulce néctar, la moneda de cambio para que les ayuden a tener sexo con otras plantas de su misma especie. No sólo son abejas.
También avispas, moscas, moyotes, murciélagos y colibríes. Pero también son abejas, docenas de especies de ellas. Abejas verdes, abejas negras, abejorros azabache.
La disponibilidad de este néctar es vital para toda la fauna que de él se alimenta. La súbita profusión de insectos es alimento para un gran número de depredadores.
Pequeñas lechuzas, papamoscas varios, tapacaminos de enormes bocas, murciélagos.
Algunos de estos sentirán la opresión de los siguientes niveles de la pirámide jerárquica: las zorras, los coyotes, los gatos monteses, las aguilillas y los halcones. Las hierbas y el follaje son también alimento de conejos y de liebres, de ardillas y chichimocos.
Estar en el desierto uno o dos días después de una lluvia es estar en medio de la locura exuberante de la vida. Flores, insectos y arañas por doquier.
Cantos de aves. Una paleta alucinante de colores. Todo en sobremarcha.
Todo al ritmo de quien corre cuesta abajo. Todo preparándose para el sueño que llegará ineludiblemente con la sequía.
fvaldesp
