Cultura

DE OMISIONES Y AFRENTAS

  • Nefelibata
  • DE OMISIONES Y AFRENTAS
  • Flavio Becerra

El fotógrafo comercial Juan José Márquez contó como, durante una visita que hizo a la oficina de un editor de modas amigo suyo, pudo observar mientras esperaba que éste se desocupara, que en un rincón había una caja de madera con una multitud de sobres amarillos, fechados de cinco décadas atrás.

Al curiosear en ellos, vio que contenían una multitud de fotografías originales, impresas y diapositivas. La gran mayoría tenían anotadas en etiquetas las instrucciones para el departamento de fotocomposición, además del nombre de los autores y otras indicaciones técnicas.

Muchas de estas fotografías se encontraban en muy buen estado de conservación y, algunas denotaban un muy buen nivel de dominio del oficio por parte de quienes las hicieron. A ojos de Márquez, era un verdadero tesoro si no artístico en su totalidad, sí documental que daba cumplida cuenta del quehacer de los fotógrafos, maquillistas y diseñadores de ropa mexicanos de aquellas épocas.

Cuando le preguntó a su amigo editor qué se iba a hacer con todo ese material, le respondió que había recibido la orden de destruirlo en la trituradora de documentos. Márquez le pidió entonces llevarse algunas fotos para conservarlas él en su archivo. El editor se negó, alegando que debía cumplir la orden en su totalidad.

A diferencia de otras sociedades, donde la conservación y preservación de trabajos editoriales, ya sean originales o impresos han permitido la creación de grandes e importantes archivos hemerográficos, artísticos y un mercado que gira alrededor de esto (de vez en cuando nos enteramos de los altos precios que alcanzan en subasta ejemplares del primer número de Supermán), aquí en México la constante es el descuido y su destrucción.

Los ejemplares que se conservan de algunas publicaciones ha sido más bien por suerte y por atención de muy pocos particulares que valoran los productos. Su tráfico más frecuente se da a través de negocios de libros y revistas usadas, pero este no garantiza del todo la correcta preservación de materiales que al envejecer se vuelven más frágiles.Y muchas veces los mismos autores, más concentrados en la producción diaria, descuidan o están imposibilitados a manejar archivos personales que llegan a tener dimensiones considerables, quedando la responsabilidad de su cuidado a la suerte, generalmente mala.

Ni siquiera la fama alcanzada por algunos detiene este proceso. El caricaturista Eduardo del Río, Rius, narra en un texto de 1996 el destino sufrido por él mismo y otros notables dibujantes de historietas, en ejemplares casos que además del desprecio al trabajo mismo pasan por encima de sus derechos autorales.

“En los años ochenta, Gabriel Vargas, el cuasi genial autor de La Familia Burrón, recibió el ofrecimiento de un editor para resucitar su vieja y maravillosa historieta Los Superlocos, reeditándola en forma de cuadernos como ya se estaba haciendo con otra historieta mexicana del glorioso pasado del cómic mexicano: Los Supersabios, del no menos genial Germán Butze.

Emocionado, Varguitas fue a recoger sus originales a la vieja Cadena García Valseca, encontrándose con la nada agradable sorpresa de que “el Coronel había mandado quemarlos”… ¡García Valseca había quemado veinte años de trabajo de Gabriel Vargas!

Ahora acaba de pasar algo similar con doña Lilia Aragón, actriz y mucho tiempo presidente de la Editorial Posada (propiedad en ese tiempo de su marido -ex, ahora- Guillermo Mendizábal). La señora Aragón, que dice defender los derechos de sus representados en la Asociación Nacional de Intérpretes, hizo lo mismo con los originales de este quejoso y los de Chávez Peón, de la revista Duda y de quién sabe cuántos dibujantes más. ¿Qué les parece?


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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