La exposición de pintura El Notivox visto por el Arte, que se exhibe en el Museo Regional de La Laguna sirve, entre otras cosas, para dejar en claro la enorme distancia que separa a los pintores que han pasado por un proceso de aprendizaje serio y formal, de los improvisados.
También pone de manifiesto la gran necesidad de que La Laguna cuente con una escuela profesional de artes plásticas. Esta es una asignatura pendiente desde hace décadas. Los funcionarios estatales del antes Icocult y ahora Secretaría de Cultura han escurrido el bulto de esta responsabilidad en cuanto a proveer de una institución en donde se imparta enseñanza artística a nivel profesional.
El tema merece ser desarrollado a profundidad. Por lo pronto, es buen pretexto para contrastar nuestro estado actual con el panorama que imperaba en la Ciudad de México de principios del Siglo XX. La pintura, como todas las otras manifestaciones humanas, no nace por generación espontánea. Siempre es fruto de un desarrollo que a veces se da en forma pausada o convulsa.
En la década de 1900 y ya de cara al festejo del primer centenario de la Independencia de México, Justo Sierra, al frente de la Subsecretaría de la Institución Pública, tomo la decisión de traer de España a Antonio Fabrés para que ocupara, a partir de 1903, la dirección de la vieja academia de San Carlos, convertida ahora en la Escuela Nacional de Bellas Artes.
No hay documentos oficiales puntillosos acerca de los métodos de Fabrés, pero el muralista José Clemente Orozco rescata en su Autobiografía varios aspectos de cuál era el camino a seguir por quienes deseaban ser artistas plásticos. En esa época el entonces joven aprendiz de pintor recién había cumplido veinte años, y la lectura de esas páginas comunica un nada escondido entusiasmo.
Dicha autobiografía, escrita en 1945, se ha convertido con el correr de los años en uno de los registros más vivaces con que se cuenta de aquellos años. Se comparten a continuación algunos párrafos de ese texto:
“Los salones de clases nocturnas fueron reconstruidos por Fabrés, instalando muebles y enseres especiales, muy propios para el trabajo de los alumnos.
La iluminación eléctrica era perfecta y había la posibilidad de colocar un modelo vivo o de yeso en cualquier posición o iluminación por medio de ingeniosa maquinaria parecida a la del escenario de un teatro moderno.
“Las enseñanzas de Fabrés fueron más bien de entrenamiento intenso y disciplina rigurosa, según las normas de las academias de Europa. Se trataba de copiar la naturaleza fotográficamente con la mayor exactitud, no importando el tiempo ni el esfuerzo empleado en ello. Un mismo modelo, en la misma posición, duraba semanas y aun meses frente a los estudiantes, sin variación alguna. Hasta las sombras eran trazadas con gis para que no variara la iluminación. Al terminar de copiar un modelo determinado durante varias semanas, un fotógrafo tomaba una fotografía del modelo a fin de que los estudiantes compararan sus trabajos con la fotografía.
“Por todos estos medios y trabajando de día y de noche durante años, los futuros artistas aprendían a dibujar, a dibujar de veras, sin lugar a dudas.
“En la Academia había modelo gratis, tarde y noche, había materiales para pintar, había una soberbia colección de obras de maestros antiguos, había una gran biblioteca de libros de arte, había buenos maestros de pintura, de anatomía, de historia del arte, de perspectiva y, sobre todo, había un entusiasmo sin igual. ¿Qué más podía desear?”
Después de que el maestro catalán partió de regreso a España, fue el pintor Gerardo Murillo, el Dr Atl, quien fue el espíritu motor de la revolución plástica que continuó. Orozco la resume en estos términos:
“La técnica de aprendizaje que dejó Fabrés fue bastante modificada por nosotros. Los modelos ya no duraban en la misma posición días y más días. El dibujo era muy concienzudo, pero hecho con más rapidez para adiestrar más la mano y el ojo. Los nuevos ejercicios consistían en disminuir poco a poco el tiempo de copia de un modelo vivo hasta hacer croquis rapidísimos, en fracciones de minutos y más tarde llegamos a dibujar y pintar de un modelo en movimiento. Ya no había fotografía con la cual comparar los trabajos y la simplificación forzosa del trazo instantáneo hacía aparecer el estilo personal de cada estudiante.”
Como todos sabemos, el positivismo porfirista desembocó en una gran revuelta social que, en muchos aspectos, significó un gran retroceso para el país.
Por supuesto, el arte, al ser un reflejo del entorno social que lo crea, fue afectado por todo esto. Las pugnas benignas entre los sentimentales artistas románticos y los modernistas fueron pronto sustituidas por otros conflictos.
Como dice la lapidaria frase de Orozco: “Pero la época que se aproximaba ya no iba a ser de súcubos, sino de violencia y canalladas.”