Ha llegado el momento de concluir esta serie sobre las realidades paralelas.
Inició hace más de dos meses cuando el eclipse del 8 de abril nos había dejado otra realidad en el corazón y perdí una botella de agua que usaba en el gimnasio.
Podríamos averiguar lo que pasó realmente con la botella si observáramos el pasado desde la distancia, tal como los telescopios miran hacia el vacío y encuentran la luz del origen de nuestro universo.
La mecánica clásica nos dice que ese pasado está allí y que podríamos verlo si tuviéramos los instrumentos necesarios.
Por otro lado, la mecánica cuántica propone que esa realidad existe ahora, pero en una realidad paralela que es inaccesible para nosotros.
¿Deberíamos derrotarnos ante la aparente incompatibilidad de las dos teorías y decretar absurdas las ideas que conocimos a lo largo de diez entregas? Creo que no.
El físico estadounidense Lee Smolin propone una teoría que articula una relación coherente entre la mecánica clásica y la mecánica cuántica.
Dice Smolin que el universo observable es clásico, pues pertenece al pasado.
El universo que nos rodea, incluyendo a nosotros mismos, se ha convertido ya en percepción, en hecho, en conocimiento. Es uno y no puede ser ya modificado.
No obstante, otras reglas se aplican al porvenir.
Smolin argumenta que el futuro no existe todavía, sino que es probabilidad, de naturaleza cuántica.
La nueva realidad (sin sustancia todavía) se materializa ante nuestros ojos y se vuelve medición, dato preciso, huella de la luz, como ese fotón en el experimento de la doble rendija que antes era onda y ahora es partícula.
Emana de la realidad apenas cumplida y predice hacia adelante un patrón, pero no es inconstante ni determinista.
Ocurre en este momento en que oprimo las teclas de la computadora y las palabras aparecen en la pantalla y cuando tus ojos transitan, estimado lector, por estas palabras que acabé ya de escribir.
Toma lugar en nuestra consciencia y en eso que llamamos “tiempo”, el cual va siempre hacia delante y por eso se le ha designado el símbolo de la flecha.
El proceso es muy sencillo y, para la mayoría de nosotros, no representa grandes esfuerzos.
Sin embargo, es el más grande misterio de la hechicería cósmica.
De esta manera, Smolin sugiere que existimos en el filo de la realidad, a caballo entre el reino clásico y el reino cuántico, materializando con nuestros sentidos lo que no existe todavía.
La realidad es nueva ahora que acabas de leer esta última entrega de la serie, estimado lector.
Y en un simple parpadeo, se ha creado todo otra vez.