Cultura

Las metamorfosis: Narciso y Eco (2)

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  • Las metamorfosis: Narciso y Eco (2)
  • Fernando Fabio Sánchez

Decíamos que Eco, al ver a Narciso, cayó poseída de amor y lo siguió en secreto. 

Entre más se aproximaba, más lo amaba. Ardía como una antorcha que prende por los vapores al acercarse al fuego de otra antorcha.

Deseó estar muy cerca del joven y volcarle palabras seductoras al oído, pero sabemos que, atrapada en su naturaleza, no era capaz de iniciar una conversación.

Esperó a que Narciso pronunciara algunas palabras; así Eco podría dárselas como si fueran suyas.

De pronto, Narciso quedó separado del cortejo que lo protegía. Gritó: “¿Hay alguien aquí?”. Y Eco respondió: “Aquí”.

Perplejo, Narciso giró la cabeza para examinar al derredor. “Ven”, dijo él. “Ven”, respondió Eco.

Él volteó hacia sus espaldas, sin encontrar a nadie, y dijo: “¿Por qué te alejas de mí?”.

Al escuchar las mismas palabras, se quedó quieto, hechizado por la voz.

“Ven a mi encuentro. Estoy aquí”, gritó.

Y Eco, alegre como nunca por la voz que había escuchado, respondió exaltada: “Estoy aquí”.

Entonces salió de la arboleda con los brazos abiertos para lazar el cuello que tanto había añorado.

Narciso huyó. Corriendo, dijo: “Aleja tus manos de mí. Prefiero la muerte a dejar que me poseas”. Y Eco repitió: “que me poseas”.

Rechazada, la ninfa se refugió en el bosque, ocultando su rostro lleno de vergüenza tras las hojas. Desde entonces vivió en las solitarias cuevas.

Pero el amor permaneció y se volvió pena.

Padeció de insomnio y ansiedad. Comenzó a debilitarse. Su cuerpo se tornó seco, hasta que fue solo voz y huesos, y luego solo voz.

Dicen que sus huesos se volvieron piedra y que se escondió en el bosque donde nunca se la puede ver, solo escuchar. Permanece viva como un sonido.

Y Narciso se mofó de ella como antes lo había hecho de otros, las ninfas del río y de la montaña, hombres y mujeres.

Uno de aquellos desdeñados levantó sus manos al cielo en oración y dijo: “Ojalá que él mismo ame así, y que no obtenga lo que ame”.

Era solo una oración, mas la diosa Némesis dijo: “Que así sea”.

Había un lago de aguas cristalinas que ni los pastores ni los animales, ni siquiera los pájaros, visitaban. Árboles le daban sombra y aligeraban la temperatura.

Narciso, con sed y cansado por la caza, se recostó en la orilla, atraído por el escenario y el agua plateada como la superficie de un espejo, sin que una hoja o rama cayera para ocasionar ondas.

Al acercarse para saciar su sed, descubrió otra sed mucho más intensa: en el agua vio un rostro muy hermoso, y de inmediato, se descubrió rendido de amor.

Y Narciso amó una esperanza sin cuerpo, pues pensó cuerpo lo que era agua.

*Traducción y selección personal de “Metamorphoses”: Ovidio (Hackett; trad. Stanley Lombardo).


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