Siempre será injusto juzgar a un gobierno a partir de sus promesas, porque nadie sensato ha creído nunca en lo que se promete en campaña: ¡acabaremos con la inseguridad en 100 días! ¡Erradicaremos la corrupción! ¡Un sistema de salud “nórdico”! Son cosas que se dicen por decir, porque suenan bien, pero no significan nada o casi nada. A la hora de gobernar, hay que ser realistas también en la crítica, y no pedir lo imposible. Es injusto igualmente atribuirlo todo al Presidente de la República, porque no todo es responsabilidad suya. El diseño concreto de las políticas corresponde a las secretarías de Estado —para eso están.
Se publicaron hace unos días resultados del programa Jóvenes Construyendo el Futuro, y no son buenos. Al cabo de un año, terminado el ciclo de su estancia de aprendizaje, de los 900 mil inscritos solo han conseguido trabajo alrededor de 18 mil, es decir, 2 por ciento. O sea, que el programa ha sido un fracaso. Y tendría que explicarlo la secretaria del Trabajo.
La idea original no era mala, que los jóvenes se capacitasen en la práctica para conseguir empleo. Era la fórmula del artesanado tradicional, donde se ingresaba al oficio como aprendiz. Pero es parecido a lo que hacen muchas universidades, que ponen como requisito de titulación un tiempo de prácticas (porque se asume, muy razonablemente, que en la universidad no se aprenderá gran cosa, y más vale que los muchachos se eduquen en la práctica).
Esa es la teoría. Para que pueda tener buen éxito una iniciativa así hay que acomodarla mediante lo que se llama “reglas de operación”. Si a los muchachos se les pagan las prácticas en trabajos para los que no se requiere ninguna capacitación: cargar cajas, entregar mensajes, el tiempo que les dediquen será en realidad tiempo perdido. Si se les coloca en empresas que no tienen capacidad para contratarlos, o que no los necesitan, no se puede esperar que los contraten al terminar el ciclo. Si no se cuida esa clase de detalles, no hay motivo para esperar que el programa tenga éxito. Y pasa lo que pasa. Insisto: la secretaria del Trabajo tendría que haber explicado por qué esperaba que cientos de miles de muchachos consiguieran empleo (o explicar que no era en realidad un programa de empleo, sino otra cosa). Sobre todo porque ya están saliendo los cheques para la segunda generación.
El Presidente ha salido al paso para explicar que el año que viene se corregirá todo. Pero las soluciones que se le ocurren son puramente especulativas, fantasiosas. La primera, “pedirle a las empresas” que contraten a los jóvenes para evitar que vuelvan a estar sin empleo. La segunda, crear una bolsa de trabajo para dar información. La tercera, firmar personalmente, de su puño y letra, los 900 mil certificados, para que sea “una especie de carta de recomendación” (a cinco segundos por firma, unos 50 días con sus noches: el tiempo mejor empleado del mundo, si eso garantizase un empleo, pero no parece). Otra vez: la noticia es que el Presidente dijo una tontería, y nos olvidamos del resto.
Seamos justos, pidamos a los responsables un programa realista, con reglas claras —si eso no es una fantasía.