Política

Despertar

La pregunta más inquietante, la más socorrida del paciente con el covid-19 momentos antes de ser intubado se presume desoladora: “¿voy a despertar?” De la respuesta, pende la vida. Nada menos.

Habría que detenernos, unos segundos, en este justo momento. Ahora mismo —mientras se lee esto—, y vayamos a cualquiera de los nosocomios saturados de cualquiera de nuestras ciudades hacinadas, caóticas, henchidas del virus. En la camilla, aislado, aterrorizado por la falta de oxígeno está el paciente tendido, exánime, casi sin aliento. De pie, frente a sí, el personal médico a punto de intubarlo. Se trata, quizá, de enfermeros, pasantes o doctores protegidos hasta la médula con esos trajes parecidos a los que usan los astronautas. Hay que verlos desde la mirada del paciente. Y a éste, desde los ojos del personal médico… esperando una respuesta.

Ahora mismo, ese paciente puede ser su madre, su abuelo, su pareja, su hijo o usted mismo.

El reportaje de MILENIO que ha dado cuenta de esos instantes, de ese momento único, angustioso, delirante del infectado frente al doctor o doctora, nos ha informado que la respuesta que ofrecen se presume esperanzadora: “he tenido que darles esperanzas, aunque para algunos no la haya” (02/06/2020).

Anoche, en los registros sobre la pandemia del gobierno federal, sumaron 13 mil 170 muertos en el país. Se habían confirmado 110 mil 26 contagiados; de ellos, 19 mil 15 con avanzados síntomas están luchando, día a día, contra el virus. Unos 6 mil 465 están ahora mismo en hospitalización permanente… esperando una respuesta.

“¿Voy a volver a despertar?” Es la pregunta de marras. La más socorrida del paciente hacia el personal médico. Quizá la última duda. Una pregunta de aparente sencillez, pero de honda postración. Dicotómica por lo que entraña de abatida y, a la vez, de esperanzadora. Y con ella, uno no deja de pensar, dibujar, cuál es el último indicio, el mínimo atisbo de vida al que se aferran —o nos aferraremos—, antes de entrar en ese confuso, borroso y angustiante trance entre la realidad y lo irreal que es la intubación.

Volverá una sola imagen fija, vívida, o la sensación de escuchar un sonido, una lejana melodía, o tal vez la evocación de un olor. He sabido de un viejo maestro que regresó de la intubación muy deseoso de olfatear el agridulce olor del membrillo. Ahí, aislado, el intubado acaso retendrá el ondulante, monótono ruido del respirador artificial. Ese sonido de duermevela que abraza, engañoso, antes del último estertor. Volverá el contorno de un rostro conocido, amado, o solo la boca, su sonrisa. O, por el contrario, será una secuencia de imágenes en movimiento: la llegada de los nietos corriendo hacia el abrazo.

Todavía logrará escuchar la voz del doctor que le ha leído, por encargo de sus familiares, un mensaje de aliento apresuradamente escrito en una hoja de papel: “Papá, échale ganas, aquí te esperamos”. Y sentirá, percibirá esa humana empatía solo experimentada entre el paciente agonizante y el médico que lo trata. Será que casi todo se olvida en la vida y todo se recuerda en la muerte.

Yo acabo de ver el último video casero que Uriel Martínez, ex alumno, subió a su página de Facebook. En el interior de la modesta estancia de su casa, su pequeño hijo aparece sonriendo ante la cámara como si se tratara de un maestro de ceremonias que llama a escena a su padre para interpretar al “Ratón vaquero”. Una reunión íntima, familiar, a propósito del Día de las Madres, el 10 de mayo. A Uriel, colega, especializado en deportes, le gustaba la lucha libre, béisbol y era aficionado al Cruz Azul. Ya no despertó este 31 de mayo. 


@fdelcollado

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Fernando del Collado
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