Cultura

Sing Sing: el teatro como forma de libertad

Parte de la grandeza del arte radica en que puede ser hiriente y curativo, cautivador y provocador, disruptivo o apaciguador: al final libera y atrapa a partir de esa nueva condición. El teatro en particular confronta y exige, tanto a intérpretes como espectadores, no sólo por su condición efímera, sino por la trascendencia que implica subirse a la tarima o sentarse en la butaca. Pero involucrarse y meterse en la piel de un personaje puede acentuar la propia locura o contribuir al autodescubrimiento y, en consecuencia, a la posibilidad de liberarse. ¿Qué sucede si el teatro se lleva a las prisiones para que los internos estudien, ensayen, inventen e interpreten a personas que viven en la ficción pero que refieren a condiciones personales?

El programa de Rehabilitación a través de las artes (RTA) inició cuando, a mediados de los noventa, Katherine Vockings (quien hace un cameo en la película) se reunió con un grupo de internos en la prisión Sing Sing, ubicada en Ossining, Nueva York, que pretendían montar una obra de teatro acerca de sus propias experiencias relacionadas con actividades delincuenciales y las decisiones en torno a ellas que los llevaron a esa situación. La transformación conseguida a través del teatro en particular, y de las artes en general, convirtió esta iniciativa en una organización que empezó a operar en otras correccionales.

Inscrita en la rica tradición de los dramas carcelarios que se enfocan más en los personajes que en las lógicas de operación de las prisiones, Las vidas de Sing Sing (EU, 2023) retoma el caso de John Divine G. Whitfield, un escritor y productor de cine y teatro que aún hoy sostiene su inocencia a pesar de haber pasado 25 años en prisión y que es encarnado por un poderosamente sensible Colman Domingo, a quien acompaña el actor y activista Sean San Jose junto con varios internos interpretándose a sí mismos, como Clarence Maclin, abusivo y de carácter difícil pero en pleno proceso de cambio; Mosi Eagle, Sean Dino Johnson, David Giraudy, Patrick Williams, JJ Velazquez y James Big E Williams, entre otros, apareciendo tanto en sus ensayos particulares como en las reuniones colectivas.

El director Greg Kwedar (Transpecos, 2016) propone, desde una perspectiva documentalista, un enfoque cercano al proceso de la puesta en escena y a los pensamientos y sentimientos que se van generando entre los participantes, así como los vínculos que se construyen a partir de la interacción dentro y fuera del espacio teatral, incluyendo los conflictos, los momentos tristes y también el desarrollo emocional que se genera al asumir determinados personajes para representar en la obra, acompañado por la música enfáticamente nostálgica, entre brumas y pequeñas luces de esperanza, cortesía de Bryce Dessner, compositor y guitarrista de The National.

La cámara de Pat Scola, aprovechando la luz natural, atrapa en primeros planos a los personajes y se mueve nerviosa según los recorridos emocionales, rompiendo la lógica teatral pero sin dejar de mostrar los momentos esenciales, justo cuando los actores se asoman por alguna ventana: es una combinación de miedo y apertura, sueño y pesadilla, deseo y asunción de una realidad que experimentan como internos, mostrada en algunas de las rutinas propias del lugar, como las revisiones periódicas, las comidas, las solicitudes de audiencia y los momentos en los que salen al patio, si bien el centro del relato está puesto en cómo el involucramiento en el grupo teatral transforma las miradas de quienes se suman al elenco.

De Shakespeare al sampler de cultura popular, las obras dirigidas por Brent Buell (Paul Raci, sereno), coguionista del filme junto con John H. Richardson y Clint Bentley, acá como un invitado externo a la cárcel que acompaña los ensayos y la puesta en escena, se van convirtiendo en un espacio para la representación y al mismo tiempo para la introspección, en un viaje hacia la liberación y el regreso a la propia condición y situación de interno, susceptible de modificarse desde la forma en la que se experimenta, las expectativas que se generan y las consecuencias que se viven. El propósito vital puede reconstruirse a partir de subirse a las tablas de la representación para escaparse de uno mismo y, en retrospectiva, volverse a encontrar con las emociones liberadas.


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Fernando Cuevas
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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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