Su apariencia era frágil, en contraste con su creciente seguridad y asertividad, y sus formas resultaban correctas y educadas, ajenas a los aspavientos y siguiendo el consejo de su madre (“sé una dama”), fallecida cuando ella tenía 17 años. Tras un largo y convencido trayecto, se convirtió en una figura esencial en la construcción de una sociedad en la que hombres y mujeres fueran iguales ante la ley, soportada en una proclama constitucional y con el argumento de que el sexo no es un factor que debe determinar los derechos de una persona, sino justamente su condición de ser humano en cuanto tal.
Frente a una racionalidad imperante en la que los roles estaban asignados, apelando falsamente a un orden natural, la abogada de Brooklyn, nacida en Brooklyn en 1933 dentro de una modesta familia de comerciantes, trabajó de manera incansable, siempre en el marco del Derecho, para que se hiciera realidad, al menos desde la perspectiva jurídica, la anhelada igualdad, implícitamente hermanada con la más elemental noción de justicia.
Dirigido por las realizadoras Julie Cohen (American Veteran, 2017; The Sturgeon Queens, 2014) y Betsy West, RBG (EU, 2018) es un abarcador documental que integra con dinamismo material de archivo, sobre todo de sus primeros años hasta la etapa universitaria, junto a entrevistas cuando ya era una celebridad, así como declaraciones de las tradicionales cabezas parlantes que contribuyen a tener una imagen amplia de la jueza, entre quienes aparecen su hijo, hija y nieta, un compañero de universidad, algunos de sus defendidos, su entrañable colega y rival ideológico, sus biógrafas, un par de amigas de la infancia, un senador y hasta Bill Clinton, quien la integró en 1993 a la Suprema Corte de Justicia de los EU, convirtiéndose en la segunda mujer en ocupar el cargo.
Su vida también se retomó en La voz de la igualdad (On the Basis of Sex, Leder, EU, 2018), filme que, a pesar de caer en sentimentalismos innecesarios y presentar a la protagonista con una personalidad distinta a la que se advierte en otras fuentes, permite conocer el detalle de su conflictiva etapa en una muy tradicional Harvard y el proceso para ganar su primer y paradigmático caso, cuando defendió a un hombre viudo al que se le negaba apoyo para la crianza de su bebé, mismo que solo estaba destinado a las mujeres. Dio en el clavo: el centro de su lucha fue la igualdad, no exigir más o menos para alguno de los sexos, batalla que se extendió al injusto ámbito laboral, al escolar y al militar, para que las mujeres tuvieran las mismas oportunidades de acceso, remuneración y permanencia.
Siempre contó con el invaluable apoyo de su esposo Martin, un simpático y brillante abogado de impuestos, tanto en su desempeño profesional como en las labores domésticas: con toda la mesura que la caracterizaba, prefería argumentar pausadamente que levantar la voz o apostar por el escándalo, para lo cual fue decisivo su gran conocimiento y capacidad interpretativa de las leyes y la jurisprudencia, siempre puestas al servicio de un pensamiento liberal, asediado en la etapa de Bush y ahora, de nuevo, en la era trumpista: hay quienes plantean que debió renunciar durante el gobierno de Obama para que fuera éste quien nombrara a la o el sucesor.
Además de sus palpables contribuciones al estado de derecho, Ruth Bader Ginsborg se convirtió en un símbolo de la lucha por la igualdad y trascendió su ámbito para instalarse en la cultura pop: apodada como el rapero Notorious Big, se dio tiempo de participar brevemente en una ópera, una de sus pasiones, y se elaboraron playeras, tazas, tatuajes, los collares de la “disidencia” diseñados por Banana Republic, un funko pop, cuadernos para iluminar y hasta sketches en SNL, replicando esa imagen del cabello recogido formando una cola de caballo, lentes enormes y una mirada cálida y astuta. Falleció el viernes 19 a los 87 años.