Un par de películas que presentan a sendos grupos de personas dentro de casas-refugio con ciertas particularidades que se supondría los mantienen a salvo mientras se resuelve la situación o se cumple la encomienda. Pero las amenazas no siempre vienen de afuera: pueden estar dentro no solo del espacio físico, sino del propio colectivo que se ha formado para algún propósito en apariencia claro pero que se va trastocando conforme avanzan los acontecimientos y se van develando personalidades, intenciones y motivaciones. Enmarcadas en el cine de terror pero con elementos de fantasía y hasta de comedia, según el caso, cumplen con su propósito a pesar de ciertas dudas sin resolver que dejan en el camino.
Escrita y dirigida por la debutante Ishana Night Shyamalan con base en el libro homónimo de A. M. Shine, Observados (The Watchers, EU, 2024) se desarrolla en un bosque irlandés donde un cuarteto de personas tratan de mantenerse a salvo de la presencia de unos seres que gustan de mirarlos durante la noche como si de un programa de Big Brother se tratara, sin expulsados: se trata de una empleada de una tienda de mascotas con aspiraciones artísticas (Dakota Fanning en rebeldía), una anciana que parece tener información sobre qué sucede (Olwen Fouéré, intrigante), otra mujer cuyo esposo salió del búnker y ya no regresó (Georgina Campbell), a quien presumiblemente vemos en la secuencia inicial, y un joven que parece estar al borde de la cordura (Oliver Finnegan, inestable).
El guion parece tomar el rumbo de la crítica hacia este fenómeno tan actual de estar mirando la privacidad de los demás como reflejo de la propia cotidianidad, cual si las casas fueran cámaras de gesell, pero de pronto empieza a entroncar con la vertiente del llamado folk horror, integrando algún elemento de leyenda ancestral: si bien no se explica cómo o porqué llegaron ahí todos los involucrados y ciertas resoluciones pueden parecer inverosímiles, se consigue desarrollar lo suficiente a los personajes para darle sentido a sus reacciones, en particular la de la protagonista y la extraña y parlanchina ave amarilla que debía llevar a su destino, antes de quedar atrapada en ese contexto sumido en la incomunicación, donde conviene seguir las reglas para sobrevivir. O no.
La creación de atmósferas se fortalece con eficaces desplazamientos y angulaciones de cámara para enfatizar el aislamiento, ambientaciones premeditadamente brumosas y efectos especiales suficientes para sembrar la incertidumbre acerca de estas criaturas y sus intenciones, que de a poco se van mostrando y cuya existencia recuerda, en cierto sentido, a las de Nosotros (Peele, 2019), ya sea a la manera de un doppelganger o de transformación definitiva. Quedan también esparcidas las ancestrales intenciones de volver a traer a la vida a los seres queridos, recordando ciertos aires de Les Revenants (Gobert, 2015), aquella inquietante serie francesa. Un promisorio debut en el cine tras haber calentando motores con su participación en Servant (Basgallop, 2021-2023), producida por su afamado padre.
En un tono más desparpajado y apostando al gore en clave vampírico, Abigail (EU-Irlanda-Canadá, 2024), escrita por el tándem Shields/Busick, sigue a un equipo recién formado de criminales que recibe la propuesta de secuestrar a una niña millonaria que gusta del ballet, llevarla a una especie de casa de seguridad y cuidarla mientras llega el rescate. La dirección de la dupla formada por Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett, responsables de la resurrección de Scream (2022) y de su continuidad (Scream VI, 2023) así como de El heredero del diablo (2014), recurren a la estrategia argumental que desarrollaron en Noche de bodas (2019), con todo y el humor negro. Con reparto funcional que asume la personalidad de cada uno de los secuestradores con la soltura y sobre actuación necesarias, el relato sabe cómo seguir avanzando con pequeñas vueltas de tuerca una vez que se destapa la verdadera naturaleza de los implicados, a lo que se suma un funcional festín de sangre y vísceras que nunca termina por tomarse en serio. No faltan las secuencias y encuadres que le dan respiro a la carnicería, algún diálogo más o menos revelador y en una premeditada teatralidad con enfática iluminación que resplandece entre los decorados y múltiples objetos de la casona: queda, eso sí, la necesidad de tener cerca al padre o regresar en busca del hijo.