En noviembre se presentan en el IPADE los casos elaborados por el área de Dirección Financiera para el programa de Continuidad y Actualización. Uno de los casos que más impacto tuvo en este ciclo fue el elaborado por el profesor Elías González Rogel, que trata sobre Prison Art, una startup que además de obtener una rentabilidad aceptable para sus accionistas, genera enormes beneficios para la sociedad. Es un claro ejemplo de que es posible desarrollar modelos de negocio con alto impacto social. Jorge Cueto Felgueroso, CEO de una trasnacional especializada en hacer trueques, decide renunciar para dedicarse a sus negocios: restaurantes, ferreterías y una fábrica de pintura. El futuro se veía muy prometedor. Seis meses después de su salida es detenido por un policía ministerial y llevado al penal de Puente Grande, Jalisco, acusado de fraude por un cliente de la empresa de trueques. El proceso que siguió para probar su inocencia tardó poco más de 11 meses.
Una tarde, mientras Jorge convivía con algunos de los reclusos afuera de su celda, uno de los internos tatuaba a otro con una máquina improvisada, mientras que otro pintaba un cinturón; pensando que la pintura se deterioraría fácilmente con el uso, Jorge le dijo: “¿Por qué no le pasas la máquina de tatuar al cuero del cinturón para ver cómo queda?” Así lo hicieron y quedó muy bien. Posteriormente, Jorge consiguió la autorización para ingresar pinturas y materiales de su propia fábrica y formó un taller de tatuaje de cuero para producir bolsas y accesorios a cambio de una remuneración para los presos de hasta $4,000. Durante ese tiempo empleó a más de 30 internos y acumuló más de 700 piezas de piel.
Al ser declarado inocente, Jorge quería seguir ayudando a los presos, pero primero tendría que resolver su propia vida. No tenía dinero, ni carro, ni casa; su esposa e hijos se habían marchado y sus socios le habían robado. Un amigo cercano le aconsejó “deja de hacer artesanías, enfócate en hacer artículos centrados en el mundo de la moda y fija tus precios multiplicando por tres”. Vendió la fábrica de pintura y con una inversión de 2 millones de pesos fundó Prison Art.
Hoy en día capacita a 161 presos en ocho cárceles y emplea a 42 ex convictos que ha reinsertado exitosamente en la sociedad. Tiene 12 tiendas propias en México y en el extranjero, una red de 42 distribuidores internacionales, tres tiendas en hoteles, además de ventas en línea. “¡La necesidad es canija!”, decía mi mamá. Es increíble de dónde pueden salir las oportunidades de negocio.
¿Tú qué opinas al respecto?
Federico D’Kuba es profesor del IPADE Business School