Política

Las buenas noticias no son noticia

A medio camino de su gestión, el presidente Peña Nieto encara la circunstancia del escepticismo y la reserva de muchos sobre la situación del país y de su gobierno. Frente a un humor social como el existente, las buenas noticias no mueven a la sociedad. Los medios mismos y la postura editorial de no pocos tienen una predisposición para dar acento a lo negativo y minimizar o eludir lo positivo. En estos tiempos un poco de optimismo es ser iluso, lleva a la indignación y se vuelve insulto.

El Presidente planta cara frente al pesimismo y para ello remite al terreno de la economía: las cifras del empleo, una tasa de inflación baja histórica y el dinamismo del mercado interno en las cifras de la ANTAD. Ocurre en el marco de un año que ha visto el deterioro en los ingresos públicos por el bajo precio del petróleo, la revaloración del dólar y un entorno internacional adverso. El Presidente pudiera agregar más, como es el éxito de la política fiscal, los montos de inversión privada y el comparativo con otras economías, pero las buenas noticias no son noticia, menos en estos tiempos.

Aunque todos los presidentes, en mayor o menor grado, se asumen incomprendidos, la situación de ahora es diferente. La hostilidad y la intolerancia son mayores y no se focaliza a un partido o un funcionario, sino al conjunto del sistema. Asimismo, ya no existen los recursos mediáticos y publicitarios del gobierno resultado de las reformas durante la administración del presidente Calderón. Los que entonces dominaban al PRI pretendieron acotar a sus adversarios internos y externos (gobernadores y Presidente) y acabaron disminuyendo a la institución presidencial. El deterioro de confianza alcanza a todos, incluso a los medios de comunicación y a instituciones que antes contaban con estima pública. Los escándalos de corrupción, el abuso o hechos trágicos como la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa han cobrado elevada factura, aunque el deterioro de confianza les anteceden y superan.

Logros trascendentales como las reformas estructurales tampoco han ganado ascendente. El escepticismo es lo de hoy. La realidad es que la sociedad mexicana se ha transformado, tiene muchas causas y referentes, entre otros, un cambio profundo en los hábitos informativos, de comunicación e interacción social, así como un desencanto interiorizado con la alternancia y el poder compartido. Son muchos los mexicanos que asumen que su situación es peor que la del pasado inmediato, aunque no tanto respecto a la que vivieron sus antecesores. Esto es, no hay nostalgia a un pasado idealizado, simplemente no hay aprecio por lo que existe, ni siquiera por lo positivo. Las personas se refugian en lo personal, lo interactivo, el tiempo real: el internet, la familia, los amigos y, en algunos casos, la religión y la convivencia comunitaria.

La democracia ha prohijado una suerte de orfandad. Se fue el Presidente padre patrón, aunque en algunos, no pocos, persiste el anhelo por El Salvador. La seducción del Caudillo mantiene vigencia, incluso en los sectores más instruidos o acomodados. Pero lo que mueve ahora no solo es la expectativa de mejoría, sino la de venganza, la de castigar a quienes en el imaginario social engañaron y no cumplieron. Es un sentimiento que se ha vuelto patología social y que explica mucho de lo que ahora ocurre, como es la vigencia de López Obrador, el triunfo arrollador de El Bronco en Nuevo León o lo refractario de la opinión pública a las buenas noticias. Hay oportunismo, sí, mediático y político, pero no lo explica todo.

Reconocer lo bueno da sentido a la crítica sobre lo que no está bien. Por ejemplo, en el reporte del Grupo de Expertos Independientes sobre la investigación de los normalistas desaparecidos contiene muchos elementos que dan validez a lo fundamental de la versión oficial sobre lo que allí aconteció, pero el énfasis se hace a las diferencias y se interpreta como una absoluta descalificación a las autoridades. Segmentos del reporte de los independientes tiene aspectos discutibles; sin embargo, se dan por ciertos en la medida en que contradicen la postura oficial, aunque también ésta haya recurrido a especialistas independientes. Lo crítico del reporte no es la supuesta invalidación de la investigación oficial, sino lo que pocos han destacado: que fue deficiente y sin apego a los estándares del oficio a pesar de la gravedad del asunto y de la necesidad pública de certeza.

Otro ejemplo es el de los homicidios de la Narvarte. Las autoridades han dado con los detenidos y hay una explicación convincente que aleja la malintencionada sospecha sobre el gobernador de Veracruz. Todo está mal o es dudoso, aunque estemos ante uno de los casos más exitosos de investigación criminal. Ciertamente, en estos tiempos, más que siempre, las buenas noticias no son noticia.


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Federico Berrueto
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