El PRI está en su peor momento: sus diputados entregados a Morena; los gobernadores arrinconados por los superdelegados electorales de Andrés Manuel López Obrador y, por si fuera poco, la amenaza de división por la disputa interna ante lo poco que queda del partido. El sector que ha sido repudiado en las urnas una y otra vez no solo se resiste al retiro, sino que está decidido a regresar con fuero en 2021. Eso explica que algunos conspicuos priistas se movilicen en torno a los prospectos de futuro dirigente. Los intereses de siempre buscan hacer lo suyo en el Congreso: extorsionar y corromper; una biografía irrefutable como la de José Narro la empañan quienes le promueven.
Muy desafortunado que Francisco Labastida saliera en su defensa. Labastida, que viene del gabinete de Miguel de la Madrid de hace 37 años, tiene un extraordinario y singular récord en consistencia: siempre se equivoca. Una promesa de los 80 que devino en mal gobernador y pésimo candidato presidencial al cierre del siglo; cómplice en el Pemexgate que resultó en cárcel para el ex director de Pemex, Rogelio Montemayor; su pifia en el debate de candidatos presidenciales es muestra académica de lo que nunca se debe hacer en comunicación. Ahora, sin reserva, sin mesura y sin memoria se va contra el gobernador de Campeche.
Gane quien gane la dirigencia, tendrá que hacer dos cosas: sacudirse a la generación de políticos que ha hundido al PRI por corrupción y disputarle al PAN su condición de opositor al actual gobierno.
Beatriz Paredes fue inteligentemente claridosa en la última sesión del Consejo Político: el PRI se une o perece, así de sencillo. No puede embarcarse en una disputa interna, ni tiene el dinero ni la organización, ya no digamos la cultura política para hacer una elección abierta, especialmente cuando el INE declinó a intervenir por la deficiencia del padrón partidario.
Los gobernadores y senadores son lo poco que queda del PRI. Aquellos padecen el agobio financiero y el embate de la violencia e inseguridad. Saben que de continuar la situación, la renovación en sus estados sería a favor de Morena, como se verá este día con el PAN en Baja California y Puebla. Mientras, diputados como Rubén Moreira traicionan al PRI y apoyan la reforma para la ratificación del mandato, cuando es fundamental para el sistema democrático, incluso para los morenistas que quieren partido y no un membrete al servicio del caudillo, evitar que López Obrador esté en la boleta en 2021.
El PRI podría regresar a la mesa de negociación del poder bajo dos condiciones: que no haya ratificación de mandato y una estrategia regionalizada en función de personas no de siglas. En muchos estados hay priistas de prestigio y ganadores, allí está Jorge Carlos Ramírez Marín en Yucatán, Ernesto Gándara en Sonora o Manolo Jiménez en Saltillo. La cuestión es que los de siempre se impongan y anulen a los mejores.
Se requería que aterrizara la tesis de Beatriz Paredes sobre la unidad. El gobernador del Estado de México, Alfredo del Mazo, con acierto resolvió. Consiguió el apoyo unánime de sus pares para definir desde ahora que el gobernador de Campeche sea el próximo dirigente y de paso acreditar que él actúa sin sometimiento a nadie. Ni guerra fratricida ni el oportunismo de los de siempre, aquellos que con la componenda y la venalidad han dominado la representación parlamentaria del PRI y que están detrás de los escándalos de corrupción, conocidos y por conocerse. El juego de ahora es diferente, se trata de la supervivencia y al parecer los gobernadores y más el del Estado de México son quienes lo han entendido. La amenaza mayor del PRI no es López Obrador, sino los rateros que se disfrazaron de políticos y que siempre estarán donde haya dinero y donde esté el poder. Lección gratis para Morena.
@berrueto
