La sociedad siempre encuentra la forma de culpar a las mujeres, ya sea con la manzana de Eva, la caja de Pandora, la caída de Tenochtitlán o, más recientemente, la reinstauración del régimen talibán en Afganistán.
En días pasados, tras la toma de la ciudad de Kabul, las redes sociales estallaron en comentarios sobre el tema, del cual resaltaron las consecuencias que tendrá para las mujeres. Pero, fiel a su hábito de fingir preocupación por la violencia contra las mujeres para sacar tajada cada 8 de marzo, la derecha se vistió de morado para ahora soltar el llanto por las mujeres afganas mientras atacaba a las feministas mexicanas.
A una sola voz, los anti-derechos militantes del término feminazis salieron a preguntar: ¿En dónde están las feministas? Y así formaron una avalancha de publicaciones en contra de las fakeministas, las “farsantes de pañuelo verde”, las “anti-sororas”, entre otros términos despectivos. No sorprende que la derecha quiera imponerle a los movimientos feministas qué defender y cuándo hacerlo, como si fueran ellos la autoridad que otorga la credencial del feminismo, pero, dada la complejidad del contexto geopolítico de la crisis en Afganistán, ya no sólo es ridículo querer colgarle culpas a las mujeres por esta guerra, sino que es sumamente ofensivo para las víctimas del conflicto.
Las mujeres afganas, como todas las mujeres que habitan territorios en guerra, corren el riesgo de perder el ejercicio de los derechos que tanto trabajo les ha costado conquistar para volver a ser recluidas a la esfera privada. En el caso particular de Afganistán, la imposición de la ley islámica, o sharía, significará que las mujeres no puedan trabajar fuera de sus casas, salir de ellas sin un hombre que las acompañe, cerrar tratos comerciales, ocupar espacios en medios, entre muchas otras prohibiciones.
Nadie puede negar que esta situación es lamentable y, por esa misma razón, deberíamos reflexionar sobre la situación que viven las mujeres en México, el cual, aunque es un país sin prohibiciones formales tan radicales como en Afganistán, presenta un grave problema de deserción escolar de 2.3 millones de niñas por falta de acceso a productos de higiene básicos. Aún más grave es la violencia sexual por la que 32 niñas de entre 10 y 14 años quedan embarazadas por violación cada día. En México no se proscribe el trabajo de las mujeres, pero, además de tener menos acceso a la seguridad social, ellas ganan 85 pesos por cada 100 que le pagan a un hombre, lo que, en algunos estados de la república, llega hasta 40 pesos menos. Por si fuera poco, en cuanto al espacio público, la historia es la misma, pues, a pesar de poder salir solas y sin restricciones, en nuestro país hay 11 asesinatos diarios de mujeres. Mientras todo esto pasa, los sancionadores de buena conciencia y los machistas sin pudor se han dedicado a señalar a las feministas por usar pañuelo verde y manifestarse.
No sobra señalar que la perspectiva sobre las mujeres afganas es frívola y victimizante. Las conversaciones en redes y medios de comunicación se enfocaron en imágenes de la década de 1970, cuando las mujeres usaban falda en Afganistán, contrastándolas con el presente, en el que tienen que estar cubiertas de pies a cabeza. Esto no sólo no es un argumento, sino que muestra una idolatría a la cultura occidental de la objetivación, porque no se habla del lugar de las mujeres en la sociedad, en los espacios políticos o en la academia. Para los expertos de ocasión, la libertad de una mujer se mide por el largo de su falda. Y es con ese limitadísimo entendimiento que irónicamente la derecha exige a las mujeres feministas en redes sociales que se pronuncien, que hablen por las mujeres del otro lado del mundo que necesitan salvación.
Las mujeres feministas nunca han sido detonadoras de ninguna guerra. Por el contrario, lo que han hecho es visibilizar a las víctimas de conflictos violentos ejercidos por hombres. Debe quedar claro que a nadie le corresponde ser la voz de las mujeres víctimas del talibán, a nadie más que a ellas. Corresponde informarse del tema para evitar caer en frivolidades y, en lugar de buscar una instrumentalización política y oportunista de este hecho, mostrar empatía a las víctimas de la violencia machista en este y en cualquier otro conflicto, como el feminismo ha hecho siempre.