“Si lo vieras, te asombrarías, ya que contiene muchas plantas que nadie en nuestra patria conoce, incluso una especie que florece bajo tierra”, se lee en Tainaron (Nórdica Libros, 2017), de Leena Krohn (Helsinki, 1947). Como correspondencia de ida pero no de vuelta, son redactadas estas misivas que quedan sin contestar, penosas y lastimeras.
Los paisajes urbanos que conocemos por autores clásicos aquí quedan redefinidos y descubrimos en un lugar ignoto, la belleza de un suburbio que habita una especie inhumana. El protagonista —cuya identidad permanece anónima— escribe cartas durante toda la narración. Su único interlocutor —Longicornio— resulta alguien sin otra definición o característica que el nombre.
Tainaron: una ciudad que a diferencia de la nuestra, tiene para cada quien un tiempo desconocido. “Cuídense”, advierte el héroe, pero de qué. Cualquier peligro parece inminente cuando acecha y los acontecimientos no dependen de uno mismo.
Según la mitología, Tainaron es un cabo sobre la península griega que alberga el templo de Poseidón. Para Krohn queda reducido al sitio en el cual las cosas pasan “de fuego a rescoldo y de rescoldo a cenizas”. Ahí yace precisamente lo imposible que ella quiere lograr.