Para algunos la existencia sucede como una inercia y entre conformarse y legitimarla vive Constance de Salem (1767-1845), quien era una princesa, título nobiliario que adquirió al casarse, pero no era ninguna snob (sans noblesse), la sangre aristocrática corría desde antes por sus venas. Fue hija del conde de Nantes, quien le inculcó una educación ilustre.
En Veinticuatro horas en la vida de una mujer sensible (editorial Funambulista), mediante una serie de misivas, Salem repasa las etapas que constituyen el duelo. Apartada de cursilerías, vierte su corazón en cada epístola que escribe durante el transcurso de un día entero donde los dolores, evocándose, perecen.
La protagonista, errática, reflexiona sobre lo que actualmente llamarían feminismo. Presa del ansia, resulta irónica la situación en que acaba inmersa: observa a su amante marcharse con otra y ella es cortejada por un hombre al que no ama.
Salem debutó en la literatura con obras líricamente muy distintas y todas poco exitosas. Esta novela, publicada en 1824, antecede al popular libro de Stefan Zweig que escribió 103 años después titulado casi igual omitiendo el adjetivo “sensible”.