La literatura surge de una necesidad por redescubrir y contar nuevamente historias. Con desarraigo o aferrados, en nombre del romanticismo o la ruptura, proclamando el goce o invocando al dolor, en pos del bien o para contrarestar el mal; todo implica validar cosas tangibles.
Erika Bornay es una historiadora del arte, o sea, tiene carácter observador y únicamente así pudo haber escrito La cabellera femenina (Editorial Cátedra), que al carecer de lirismo, trata sin ambiguedad lo que fue para algunos artistas fetiche y, para sus modelos, empoderamiento.
Pero, aunque se describe aquí un atributo, insignia, emblema, y elemento femenino, la visión es desde el punto de vista masculino, lo que representaba como instrumento seductor: corona real, le llamaba Paracelso al cabello. Además de alegoría erótica también ha sido símbolo religioso, así graba Tiziano la cabellera de María Magdalena.
¿Por qué escribir de una cualidad tan obvia? Lo evidente suele ser ignorado en pos de indagar aquello que aparece oculto. La cuestión estética fundamenta el libro, sin embargo, Borney evoca textos poéticos, brindando otro sustento. De la Medusa que pintó Caravaggio y los retratos de Gabriel Rosetti, entre versos de Blas Otero y Rilke, Borney realiza esta oda.
Erandi Cerbón Gómez@erandicerbon