Lo original es de otro tiempo, de cuando recién se inventaba todo. A partir de que ya fue dicho algo podemos de nuevo mencionarlo y sin creer haber sido los primeros jactarnos de que nos interesa. La tarea del escritor consiste en decir una y otra vez, y contar.
Quizá sin saberlo Ivan Turguénev realizó esto en Hamlet y Don Quijote (Sequitur) con dos de los personajes más famosos de la narrativa universal. Ambos, héroes derrotados, caballeros cuyo imposible amor es una fuerza que finalmente acaba por destruirlos. Ejemplos para los autores que buscan inmortalizar una figura a través del lirismo. “Uno el arquetipo del genio nórdico, y el otro del genio meridional.”
Turguénev, como uno de los tantos genios rusos, contribuyó con sus novelas a que la bibliografía europea sea de las más influyentes. Al contrario de Dostoyevski, él se crio en un seno familiar con oportunidades de tener una formación académica. Su madre, rica; el padre, militar retirado. Estudió filosofía y recorrió varias ciudades hoy cosmopolitas como Berlín y París.
Hamlet sedujo a la monarquía, Don Quijote conquistó al pueblo. El primero con aires de grandeza conserva hasta hoy su esplendor, el segundo en la decadencia halla gloria.
Este libro fue una conferencia que Turguénev pronunció en San Petersburgo durante 1860, y rescatada se ha impreso. “Quien quiera comprender al poeta tendrá primero que adentrarse en sus dominios”, dijo Goethe y citó Turguénev augurando sobre lo que sería la vida para él .