Dotar a los animales con rasgos humanos resulta algo poco frecuente. Aunque en las fábulas es común, en otros géneros no parece algo habitual. Richard Adams (1920-2016) hace esto en La colina de Watership (Austral Editorial), cuya adaptación televisiva dirigida por Noam Murro honra la bellísima historia. El autor solía improvisar a sus sobrinos dicho relato —cuyos personajes son conejos— hasta convertirlo en novela.
Adams sirvió al ejército británico durante la Segunda Guerra Mundial, cuando Alemania le declaró la guerra a Reino Unido, y sin embargo, entre los cruentos sucesos imagina una conmovedora historia. Vivió para escribir algo distinto a todo lo ya contado.
Quizás escribió un texto tierno para contrarrestar terrores; sin embargo, no puede negar el miedo a la persecución. Quinto es su protagonista, un líder que debe buscar otro lugar donde asentarse con su comunidad. Guiado por un mal sueño, elige hacerle caso al augurio que aconseja buscar otra madriguera. El instinto de supervivencia será aquello que lo guíe para conseguirlo.
En el tono de la épica antigua, Adams elabora “una aguda crítica de las relaciones de poder, un alegato ecológico de extraordinaria eficacia y una reflexión profunda y serena” sobre las desventuras, convirtiéndose quizás en el clásico más traducido de nuestra literatura contemporánea.