Bien se atribuye a Sir Winston Churchill aquella frase a manera de oráculo en donde advertía—teniendo por contexto y como campo de batalla ideológico, con la sangre bastante fresca, la Segunda guerra mundial—como es que los fascistas del futuro serían precisamente aquellos que se venden como antifascistas.
Y es que las etiquetas (amén de su ramplonería reduccionista) si para algo ha servido en el contexto actual no es para definir siquiera la esencia o la realidad de las cosas tal como son (no como nos gustaría que fueran) sino para tipificar criminalmente y descalificar, a priori, sin conocimiento de causa, a todo aquel o todo aquello que de algún modo cuestione todo lo que ha sido impuesto como “políticamente correcto” o ponga en tela de juicio una de dos cosas: a la tiranía del “Pensamiento único” (El no pensamiento) o al marxismo cultural como su corolario.
De aquí que no extrañe el por qué ciertas páginas amarillistas y los medios militantes de la desinformación—al servicio de la autodenominada “izquierda latinoamericana”—se han volcado a vomitar su odio y sus mentiras desde las últimas horas, ante los resultados de la primera vuelta electoral, en contra de Jair Messias Bolsonaro (militar de reserva y diputado brasileño) quien como candidato ha logrado encabezar las preferencias en las elecciones presidenciales de su país.
De igual modo que las políticas públicas se juzgan por sus resultados más que por las intenciones con que se establecen, a los políticos se les juzga no por sus discursos sino por sus hechos.
Quienes desde el fanatismo ideologizante y la superchería política más rancia acusan y caricaturizan a Bolsonaro como “nazi”, “homófobo” o “fascista” empiezan por hacerlo tapándose los ojos ante la red de corrupción y desfalcos hechos por aquellos criminales que le precedieron en el cargo, como Lula Da Silva y Dilma Roussef (padres fundadores del Foro de Sao Paulo).
Sin embargo, hay que reconocer que lo más gracioso ante lo que sucede en Brasil; las lágrimas más dulces y los berrinches estereofónicos, no provienen del pueblo brasileño—quien al parecer se encuentra muy contento ante la posibilidad de ratificar a Bolsonaro en su segunda vuelta—sino de parte de ciertos mexicanos: aquellos que ignoran que el fascismo es izquierda y no conocen ni con que se come la revista Foreign affairs.