Con toda la maquinaria mercadológica y presidiendo el altar de la corrección política que es tan propia del fanatismo chairo en nuestro país, la cinta Roma de Alfonso Cuarón, amaga con convertirse en la gran premiada —con diez nominaciones al menos— en esta especie de Corte bufonesca y tribunal de Salem en que se han convertido Hollywood y los Premios Oscar durante los últimos 30 años.
El problema es que no solo la cinta es deficiente sino que está muy lejos de ser siquiera la mejor obra de Cuarón, si a ello agregamos la nula o mediana —siendo generosos— actuación de la debutante Yalitza Aparicio, quien de la noche a la mañana pasó de simple maestra normalista a convertirse, por decreto, en “gran actriz mexicana” (nominada junto a Glenn Close).
Queriendo colgarse del estilo de Passolini, de Sicca y hasta de Woody Allen con Manhattan, el filme queda debiéndole al público al no ser capaz de armar una historia coherente ni en el contexto histórico en que pretende desarrollarse —durante el echeverrismo— ni en la cotidianidad de la clase media mexicana a la que, desde la izquierda más rancia, se pretende denostar.
Olvida Cuarón que Luis Buñuel no necesitó de recurrir al ardid de la ideología política para producir Los olvidados o Ensayo de un crimen, y que por más que Lubezki quiera emular a Gabriel Figueroa, el propio Figueroa habría tenido la dignidad de rechazar un guion sin trama ni argumento.
Aún y cuando el fantasma de la corrección política se había hecho presente con La forma del agua, desde entones y con singular descaro, cierto grupo de mexicanos a medio camino entre la burguesía bohemia y la izquierda caviar encontraron, de manera oportunista, como mover los hilos de la sensiblería ideologizante (no del mérito creativo) sin apostar nada, para asegurarse premios.
En efecto, Roma no se hizo en un día: se necesitaron décadas de adoctrinamiento para las masas y de fariseísmo travestido para premiar o enaltecer la mediocridad como virtud.
Lo malo, es que si Yalitza no aprovecha esta ocasión fortuita y aleatoria para estudiar, crecer y aprender a actuar de verdad, no pasará de llamarada su intento hasta este punto (asumiendo que aún tiene mucho por dar y lo mejor que ofrecer en cuanto actuación, por su propio mérito): lo bueno (gracias a Dios por ello) es que a quien los hados de la corrección política favorecieron en este caso fue a Yalitza precisamente y no a Kate del Castillo o la hija de Eugenio Derbez.