“Democracia: forma de gobierno
que substituye la elección de los
muchos incompetentes
por consejos de los pocos corruptos”
Ambrose Byerce, El diccionario del
diablo.
Durante la última semana y media ha ocurrido lo impensable: tras la celebración de comicios en la Argentina y Venezuela el tablero geopolítico se ha visto sometido a una serie de cambios impensables; los partidos oficialistas—ambos autodenominados de “izquierda”—se ha visto rebasados por el libre sufragio popular y desbancados de lo que hasta entonces parecía tan poco factible, al menos por la vía democrática, o hasta difícil en ambos casos (conociendo de antemano las convicciones turbias y poco transparentes por parte de Cristina Kirchner al igual que de Nicolás Maduro).
Lo acontecido en ambos puntos del cono sur, no obstante, parecía ser algo que se anhelaba no solo al interior de estos dos países, donde el hartazgo de la ciudadanía ante quienes detentaban la hegemonía política ya era demasiado visible, sino desde fuera.
Sin duda, ha llegado el momento de la reflexión para muchos en ambos lares, sobre todo para quienes de algún modo aún pensaban en que era tan factible como plausible el aferrarse al poder sin importar los medios, a quienes creían que el “buen fin” justifica el uso de todos los recursos posibles, para quienes han hecho de la ideología política una fe con dogmas, del lenguaje demagógico un escudo y de los errores de sus opositores su única virtud, justificación y realce.
De modo que aún cuando no se profese siquiera fe en la democracia liberal y electorera, es preciso reconocer que se puede hablar al menos de un virtual ejercicio de la misma en la patria de Bolívar y de San Martín en un sentido tácito: no se presentaron condiciones de fraude evidente ni concurrente por parte de quienes fungieron como autoridades electorales en la jornada, los ciudadanos concurrieron masivamente a las urnas para emitir el sufragio en condiciones propias de cualquier país civilizado y sin saldo rojo.
En contraparte, los perdedores de la jornada no estuvieron a la altura del pueblo al que han desgobernado ni a las exigencias propias del ejercicio ciudadano que se llevó a cabo: la derrota la terminaron atribuyendo, no a su estilo personal de gobernar ni mucho menos al desgaste propio de una serie de desatinos desde la Administración Pública; nada menos que eso.
Los responsables siguen siendo fuerzas oscuras, las grandes multinacionales, los lobbies capitalistas y la intromisión europea y norteamericana (sin escatimar lo paranormal o lo extraterrestre).