Más allá del confort y el gatopardismo en que incurrieron muchos de sus contemporáneos—a la hora de guardar silencio, porque les era económicamente más redituable, ante las dictaduras y las atrocidades que les son propias en América Latina—Mario Vargas Llosa ha sido la excepción a esta tendencia.
Lo mismo al autor de Los cachorros y de Pantaleón y las visitadoras se le recuerda por denunciar en vida a Fidel Castro—a quien dedicó en particular La fiesta del Chivo, novela sobre el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo y sus más de treinta años de atrocidades—que el soportar los ataques de fanáticos de extrema izquierda en su país durante la presentación de sus libros, como ocurriera hace algunos años, o hasta el ser expulsado de Venezuela y declarado “persona non grata” por el régimen de Nicolás Maduro hace 4 años, cuando asistía como invitado al foro sobre Libertad y Democracia en América Latina, llevado a cabo en aquél país, recibiendo un ataque directo a su persona en aquel entonces.
En México se le recuerda cuando ante las cámaras de Televisa tuvo las agallas de espetarle a millones de televidentes que en el México de la hegemonía priísta se vivía “La Dictadura perfecta” en 1990 (dos años después del fraude perpetrado por Manuel Barttlet).
Con experiencia de sobra para detectar tiranos y amenazas, el Nobel de literatura tampoco tuvo empacho en volver a decir que el pasto es verde durante la presentación de su libro La llamada de la tribu (autobiografía intelectual y política) al ser cuestionado sobre las posibilidad de que el candidato Andrés Manuel López Obrador pudiera acceder a la presidencia de México, refiriendo que ello significaría “retroceder a una democracia populista y demagógica”; rematando que espera que los mexicanos no cometan un suicidio democrático, y cuestionando si es que “van a ser tan insensatos… teniendo el ejemplo trágico de Venezuela al frente, de votar por algo semejante”.
En este caso, sorprende no solo la congruencia del peruano como escritor y luchador social sino también su agudeza como crítico y observador de la realidad que se vive en nuestro país al haber sido capaz de detectar, a diferencia de muchos mexicanos, entre el humo del fariseísmo populista, al mismo viejo PRI que denunció en 1990: al del fraude de 1988 presente en la secta política que hoy se vende como “La esperanza de México”.