En su libro Nexus, el escritor Yuval Noah Harari plantea una de las ideas más inquietantes del futuro: un sistema de puntuación social que califica cada acción humana. Inspirado por desarrollos reales como el sistema que ya opera en algunas regiones y plataformas sociales, Harari advierte sobre un mundo donde la reputación se convierte en moneda. Bajo este esquema, cada paso que damos, cada interacción, cada compra y cada palabra podrían traducirse en un puntaje, acumulando o restando valor a nuestra identidad digital.
Este sistema, que a simple vista puede parecer una evolución del crédito financiero tradicional, en realidad es mucho más intrusivo. Mientras el dinero mide capacidad de pago, la puntuación social mide “valor moral”. Así, decisiones personales como con quién te relacionas, qué opinas o incluso cómo pasas tu tiempo libre pueden tener consecuencias directas en tu acceso a servicios, empleos o libertades. El sistema monetario, con todos sus problemas, al menos permite cierta privacidad. El sistema de puntuación social, en cambio, significa una vigilancia constante y omnipresente.
Esta perspectiva distópica parece alejada de nuestro presente, pero lo cierto es que los primeros pasos ya están dándose en algunas plataformas y redes sociales a través de la inteligencia artificial. El impacto de esta vigilancia en la salud mental es profundo. Diversos estudios muestran que vivir bajo observación constante genera ansiedad, estrés crónico y una pérdida del sentido de autonomía.
Yuval Noah Harari no lanza estas advertencias como ciencia ficción, sino como una llamada urgente a proteger nuestra libertad. El riesgo no es sólo tecnológico, sino político, cultural y de salud. Si aceptamos que todo se mida, que todo se vigile y que todo se califique, perdemos lo más valioso que tenemos: la posibilidad de ser humanos con matices, contradicciones y libertad para decidir.
En un país como México, donde la desigualdad y la desconfianza institucional son profundas, donde las apariencias importan más que las realidades, implementar sistemas de vigilancia sin transparencia, con base en algoritmos autónomos, podría derivar en abusos, represión y más depresión. Es momento de debatir, con seriedad y urgencia, qué futuro queremos construir: uno donde la tecnología empodere al ciudadano o uno donde lo controle.