Desde hace aproximadamente 4 décadas, el mundo entero, había trabajado para integrarse globalmente, aprovechando fortalezas y debilidades de unos y otros países para poderse complementar.
Suministro de materias primas, educación, desarrollo tecnológico, manufactura, agricultura, etcétera, eran intercambiadas e integradas de un país y continente hasta el otro lado del mundo.
Desde lo particular hasta lo general, se volvió algo ordinario y cotidiano, bancos de todas partes del mundo, ropa, restaurantes, hoteles, vehículos, líneas aéreas, etc.
Luego, nos atacó una pandemia que nos aisló, puso a prueba nuestra resiliencia, tanto nuestra sociedad y por supuesto nuestra economía.
Las medidas de algunas naciones fueron contundentes y radicales. Políticas monetarias expansivas y laxas buscando evitar que la economía y la sociedad colapsaran.
Acto seguido, Rusia comienza una invasión hostil de Ucrania, país que había formado parte de la Unión Soviética y cuya ubicación era estratégica para el acceso al mar Negro tanto en logística como para defensa del territorio ruso.
La pandemia, la impresión de dinero, entre otros factores, provocaron desde falta de productos y componentes, hasta un exceso de liquidez y pocos bienes para gastarla, derivando en inflación y escasez de muchas cosas.
Los efectos económicos y sociales han provocado reacciones sociales y geopolíticas en muchos sentidos desde la caída del sistema gubernamental en Sri Lanka, protestas y levantamientos en Ecuador, Chile, El Salvador, Argentina, entre otros.
Como resultado del descontento social, el socialismo ha avanzado fuertemente en América y el mundo, fomentando que se reviertan las tendencias globalizadoras que venían dándose las últimas décadas.
Mientras, México, además de haber sido bendecido con casi todo tipo de premios: recursos naturales, costas, destinos turísticos de calidad internacional, clusters industriales, una cultura binacional cuyo arraigo a sus familiares genera remesas por billones de dólares. Y por si fuera poco, tenemos petróleo.
Por si fuera poco, tenemos un clima, que, si bien puede ser en extremo caluroso en algunas regiones, jamás tan frío como para paralizar la economía durante el invierno.
Pareciera que lo único que le falta a México es resolver los temas de seguridad, ganar el mundial, y ¡ah!, bueno, tener un presidente con el que todos estemos de acuerdo, o que al menos, tenga un discurso que no incite a la división de la sociedad.
Ante los grandes retos que enfrenta la humanidad, nos damos cuenta de que México es un país que además de rico, tiene una extraordinaria suerte.
De no resolverse el conflicto Rusia-Ucrania, el próximo invierno, veremos a varios países europeos, así como del Norte de Estados Unidos y Canadá, sufrir los estragos del frío y los altos costos del gas y combustibles para mantener sus hogares cálidos, sus fábricas trabajando y su economía moviéndose, y entonces, deberemos hacer aún más conciencia de nuestra suerte.
Aquella película de ciencia ficción “El día Después de Mañana” donde México se ve obligado a cerrar sus fronteras para frenar la inmigración de norteamericanos huyendo del frío extremo causado por un increíble cambio en el clima, hoy, pareciera posible, si no tan apocalípticamente, sí a nuestras playas, destinos turísticos, etcétera, huyendo del frío.
Y como dice el Dalai Lama, para muchos, el no haber obtenido lo que deseabas en el momento que lo querías pudo haber sido un golpe de suerte y quizás hoy, aun con algunos descontentos, estamos mejor que otros que parecían tener lo que añoraban.
“Recuerda que a veces, no obtener lo que deseas es un maravilloso golpe de suerte”: Dalai Lama
Enrique Espinosa Olivar