Sociedad

Uno se va pa otros rumbos

Ya era casi la media noche cuando llegó al solitario restaurante. Tomó asiento en una mesa cercana al gran ventanal del hotel. Ocasionalmente arribaba un taxi con huéspedes. Al abrigo de la soledad, vio al chef salir de su rincón y caminar hacia él. Depositó sobre la mesa un bocadillo:

—Pruebe y me da su opinión —dijo.

—Muchas gracias —respondió.

—Hoy está serena la noche. Me recuerda las de mi pueblo: soy de un lugar que se llama Contepec, en el estado de Zacatecas. Hace más de 20 años que me vine para acá y no he vuelto. Se extraña el lugar de donde uno es. Se extraña a la familia, a los amigos y vecinos, el paisaje: todo se extraña y se hace como un huequito aquí, arribita del estómago, y entra la tristeza. Pero ya estamos aquí y hay que seguirle...

—Si no hay de otra, qué remedio. A remarle con fe.

—Sí, nomás cuidarse que no lo atrapé a uno la nostalgia. Que luego se vuelve tristeza y, si se mezcla con tragos, peor se pone el asunto.

Estaban en Guerrero Negro, BCS. En los últimos días de invierno.

El michoacano se levantó y volvió con dos vasos. Calaba el frío. No bastó con la taza de café para entrar en calor.

—¿Gusta un trago? Es brandy. De vez en cuando un vasito. P’al desempance y contra la nostalgia, sí señor: ayuda, si alegra. Pero si entristece es mejor cortarla o puede salir peor.

—Bueno, lo acompaño. Salud.

—Salud —responde el hombre. Entrechocan los vasos.

—¿Ya cuánto hace que dejó su tierra?

—Vamos pa veinte años, y contando. Allá le padecí para hallar trabajo. Vine a vagar, pero ya me asenté. Tengo dos hijos y una esposa luchona. Ahí la llevamos, aunque no deja uno de extrañar el rancho, pero aquí estamos muy en calma, mejor pa’ los chiquillos...

—Se han puesto muy calientes esos caminos de Michoacán...

—Desde que me acuerdo, siempre; hay mariguaneros, pero ahoy la maña se ha metido fuerte por todos lados y con planteles de cosas más fuertes. Unos obligados; otros cuantos pensando en mejorar, aunque saben los riesgos. Todo por la mala costumbre de comer...

—Pues sí. Pero no hay de otra. O se adapta uno o se va pa otros rumbos. Donde quiera le arriesga uno. La mala entraña abunda y mejor uno se queda, pa que no lo lleven entre las pezuñas. Flojito y cooperando, es mejor de entre lo peor. Salú.

—Antes era mal vista la familia que consecuentaba algún malentraña en su casa. Ora los muchachos le entran a lo que sea, si hay dinerito. Corren nuevos tiempos, cómo no, y no abundan los trabajos honestos. Y los chavos quieren todo y ahora. Se enrolan facilito y facilito cuelgan los tenis.

—Pero con todo y todo, el terruño se extraña. Hay que mantener el contacto con parientes y paisanos, para que no se reviente el ombligo y pierda uno hasta la memoria del origen.

—Lo mismo pienso, amigo. Uno anda de aquí para allá porque vivir obliga. Los padres de uno se fueron del campo a la ciudad y dejaron atrás todo. Aprendimos a vivir sin la raíz, y nos inventamos alguna, si es que pensamos que era necesaria. Si no, como el diente de león: nomás suelta las semillas y a ver a dónde van a dar, con riesgo que no haya tierra alguna que las acoja. Pero no vamos a tristear, ¿verdá? Mejor digamos salú, que hay que seguirle con fe.

—Salud.


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Emiliano Pérez Cruz
  • Emiliano Pérez Cruz
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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