No es del presidente Andrés Manuel, sino del regiomontano universal Alfonso Reyes, pero el Presidente la ha hecho suya y, actualizada por José Luis Martínez, la ofrece a los mexicanos, pretendiendo que ésta sea “un primer paso para iniciar una reflexión nacional sobre los principios y valores que pueden contribuir a que, en nuestras comunidades, en nuestro país, haya una convivencia armónica y respeto a la pluralidad y a la diversidad”.
Si solo se trata de impulsar el debate sobre la contribución de la moral en el proceso de saneamiento y reconstrucción del tejido social, tan deteriorado por los fenómenos de la corrupción y la impunidad, entonces lo primero que hay que aclararle a la Cartilla moral es que una cosa es la moral y otra es la ética, pues en ella aparecen como lo mismo.
Las normas morales son heterónomas porque, contrario a lo que se suele creer, su origen no es la autonomía de la voluntad, sino que, como sostiene Durkheim, las impone un grupo social. “Las pasiones humanas no se contienen sino ante un poder moral que respeten. Si falta toda autoridad de este género, la ley del más fuerte es la que reina”.
A lo que añade: “La única personalidad moral que se encuentra por encima de las personalidades particulares es la que forma la colectividad”. En la perspectiva del autor de La división del trabajo social, son los integrantes de las actividades económicas cercanas las que, por necesidad, establecen su moral. Con variaciones, desde luego; pero coincidiendo en aspectos esenciales.
No hay posibilidad, entonces, de una moral única, como lo pretende, por ejemplo, la Iglesia católica. Pero en la ética sí, a diferencia de la moral, es posible que cada individuo determine el sentido y alcance de los imperativos éticos que él mismo se impone. Ello debido a que estas normas son determinadas por la autonomía de la voluntad fundada, hegelianamente, en el conocimiento de la necesidad.
Lo común en las normas de la ética y las de la moral es que éstas tienen que ver con el conocimiento de principios tenidos como universales, los cuales, para ser aplicados a casos concretos, únicos e irrepetibles, tienen que ser interpretados correctamente, de lo contrario no es posible su comprensión para su debida aplicación.
Ahora bien, si el problema fundamental de la ética y la moral consiste en saber qué es lo bueno, lo cual solo se muestra en el contexto de una situación concreta vivida por una persona, entonces estos saberes no consisten en la memorización de principios generales, abstractos, vacíos, en cuyo caso el mejor modelo de enseñanza de estas disciplinas sería el catecismo del padre Ripalda, sino, más bien, en saber pensar para poder elegir y decidir correctamente.
Enseñar ética y moral, que tanta falta hace para que el hombre llegue a ser verdaderamente humano, es, y no otra cosa, enseñar a hacer interpretaciones correctas, y para hacer interpretaciones correctas se tiene que enseñar a pensar. ¡He ahí el problema!
La cartilla moral de AMLO
- No hay derecho
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Efrén Vázquez Esquivel
Monterrey /