El ex gobernador Omar Fayad Meneses cimbró anoche a la clase política hidalguense y de buena parte del país, que no se esperaba recibir la noticia de su renuncia al PRI.
Siendo honestos, nadie pensaba que ocurriría tal determinación, a sabiendas de todo lo que se ha comentado en contra de Fayad y su relación con el presidente Andrés Manuel López Obrador, y lo vivido con la elección en donde el PRI tuvo aquella derrota histórica de hace una año en contra de Morena.
Los primeros comentarios en redes fueron claros: “es para irse de embajador”, incluso la propia vocera oficial del PRI nacional, Paloma Sánchez Ramos criticó la noticia y dijo que Fayad “hace mucho se había ido”.
En cambio, en Hidalgo, pocos como Fayad aguantaron tanto y por tanto tiempo dentro del instituto que le otorgó prácticamente todo en su carrera política; desde el menor de los cargos, hasta el grado más alto de haber sido gobernador, el priista más votado en la historia de la entidad.
Una decisión “lamentable”, es como varios tricolores de antaño calificaron la determinación de Fayad Meneses, algo que a mí parecer también requería de valentía y comprensión del escenario y contexto actual, en donde se avecinan tiempos de grandes y graves ataques políticos.
En Hidalgo, la dirigencia priista, las decisiones de candidaturas y hasta las revanchas, estarán a cargo del CEN, mediante la dupla Alejandro Moreno y Carolina Viggiano, quienes en días tomarán ya todo el control y manejo del comité estatal que hoy sigue bajo la presidencia de Julio Valera, incondicional de Fayad, que con su determinación deja al descubierto a todos los que le acompañaron hasta ahora.
¿Habrán de renunciar también alcaldes, diputados, ex funcionarios, hoy varios aspirantes a candidaturas, que crecieron bajo la sombra de Fayad en el último sexenio en Hidalgo?