Los partidos políticos y los propios actores, dirigentes y hasta militancia, le temen a la consulta popular porque sencillamente no conocen otra herramienta democrática que no sea el voto en las urnas. Y es normal, cuando en un país sobrerrepresentado, con un exceso de leyes que no se cumplen, con un cúmulo de reformas que nadie conoce –ni siquiera los propios políticos-, que cuando alguien se sale de la ruta tradicional las cosas parecen estar mal.
De acuerdo con la Cámara de Diputados, la consulta popular es un mecanismo de participación ciudadana que sirve para ejercer el derecho constitucional para votar en torno a temas de trascendencia nacional. Cuando la participación total corresponda al menos al 40 por ciento de los ciudadanos inscritos en la lista nominal de electores, el resultado será vinculatorio para los poderes Ejecutivo y Legislativo federales y para las autoridades competentes.
Un ejemplo, quizá uno de los más famosos en la historia moderna de la humanidad, ocurrió en Chile donde los propios ciudadanos dieron el No a Pinochet para ponerle fin a la dictadura. Colombia y los acuerdos de paz de 2016 con las FARC, Venezuela en 2007 con una reforma fallida a la Constitución por el gobierno chavista, Bolivia y la derrota de Evo Morales en 2016 que dio paso a su caída del poder, vaya, ejemplos que han marcado la historia reciente. En México, como suele ser, todo se toma a broma, a payasada, a que es producto de rojos contra azules, de conservadores contra liberales; tantas y tantas generaciones que hubieran dado la vida por ver culminada una lucha para hacerse presentes mediante mecanismos democráticos que están validados por la socialdemocracia del mundo, no solo la de América Latina, y todo parece que tendrá un triste final el próximo domingo con el fracaso que se augura a la primera consulta en la historia del país.
@laloflu