A raíz de que los jornaleros del Valle de San Quintín en Baja California iniciaron un paro laboral el 17 de marzo en el que piden un salario mínimo de 300 pesos y mejoras en las condiciones de trabajo, surgen cuestionamientos de cómo se encuentra este sector en las principales entidades que expulsan trabajadores agrícolas y que también los reciben.
En Hidalgo, un estado con más de la mitad de su territorio en zonas de agricultura, se estima que al año cerca de 15 mil campesinos emigran a entidades del norte del país a laborar en los campos.
Esta cantidad, estimada por la delegación federal de la Sedesol dese hace un par de años, cobra relevancia ahora que se da a conocer el atropello de los derechos humanos de dichos trabajadores en la frontera con Estados Unidos.
Según las estimaciones de la autoridad, el municipio que más migrantes jornaleros expulsa es Huejutla, en la Huasteca, donde se tiene un promedio de siete mil 300 jornaleros de expulsión; el resto está muy fragmentado, siendo el Valle del Mezquital una región de donde más salen, pero más del 50 por ciento son de la Huasteca.
Los jornaleros hidalguenses migran de julio a octubre, pues es el periodo de cosecha en los estados del norte del país como Tamaulipas, Sonora y Zacatecas para trabajar en el campo en los cultivos de maíz y café, principalmente.
También, los jornaleros hidalguenses laboran en su propia entidad. Principalmente en el Valle del Mezquital en donde las extensas tierras de cultivo –principalmente forraje- son levantadas por estos nobles y humiles obreros del campo; actualmente, el gobierno federal los aloja en un albergue en el municipio de Francisco I. Madero (se desconoce porqué se decidió que ahí, pues la ruta de trabajo se extiende incluso hasta Tula, a una hora de distancia) que si bien representa la única opción de contar con techo y un espacio para las familias de los jornaleros, no es el mejor ejemplo de dignidad humana, higiene y condiciones sanitarias normales.
En peores condiciones se encuentran los espacios para jornaleros en Zapotitla, en Huejutla, así como en Tlanchinol, y dos más con los que hasta hace unos años contaba Hidalgo en Yahualica y Jacala (no se sabe si siguen operando).
No hace falta ser sociólogo para entender la complejidad de la vida de un trabajador del campo; quizá un acercamiento familiar, consanguíneo o hasta político no hace comprender más del asunto. Sin embargo, es poco probable que lleguemos a entender el nivel de vida de un jornalero, un peón, el eslabón más bajo de la producción agrícola, el último resquicio de la esclavitud en la época moderna. Trabajar por hasta 12 horas por 200 pesos al día, dormir en la tierra, o en un cuarto hacinado, comer tortillas y frijoles, a veces agua, jamás un baño. Si eso no es para enojarse y protestar, no se que lo sea.