La presidenta estatal del PRI, Erika Rodríguez Hernández, fue sin duda una de las claves del triunfo y recuperación del tricolor en las elecciones municipales del pasado domingo y hay que explicar por qué.
Pese a no haber sido arropada por todos los sectores desde un inicio como líder del partido, en aquel final de dirigencia de Leoncio Pineda Godos, la ex diputada federal mostró el carácter de una mujer que destacó por su lucha desde las épocas del Instituto Hidalguense de la Mujer. Luego de pasar por varias etapas y procesos que llevaron a la renovación de liderazgos y toma de decisiones que causaron molestia y hasta salidas del partido, Erika Rodríguez logró unificar los puntos débiles de su partido con un trabajo de puertas abiertas con las bases territoriales y militancia que reclamaban ser escuchados.
Encabezó un diagnóstico que sirvió como análisis al interior de la situación política de su instituto y consolidó un equipo con el actual secretario general del partido, Julio Valera, que les permitió transitar por la crisis de la pandemia sin resquebrajar los acuerdos y compromisos de impulsar proyectos para las candidaturas municipales.
Hoy se habla y se festeja que el PRI regresó a los triunfos en Hidalgo, pero hay que ver el origen de esa labor y ahí es donde destaca la dirigente; la única mujer al frente de un partido por varios años en el estado (hoy ya son dos) y que pasó pruebas difíciles como el enojo de los que no fueron candidatos, la famosa operación cicatriz, el estudio de las plataformas políticas, los acuerdos para llevar campañas conforme a cada municipio y región.
Evitó la tentación de dejar su encargo por aspirar a una candidatura y finalmente acompañó a todos los aspirantes; previo a las votaciones anunció su prueba positiva a covid y eso le impidió votar y participar del festejo, lo que le da un mayor mérito pues una mujer comandó los destinos del PRI.
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