Las peores noticias, entre todas las que tenemos que dar, son las de la crisis económica que se padece en México, desde siempre. Es lo más lamentable, porque uno puede reponerse casi a todo. A la derrota deportiva, política, a una mala película, a la reseña musical, a una columna infame, pero no a tener hambre, a querer vivir de mejor forma y simplemente, pese al esfuerzo y trabajo, no poder.
De acuerdo con el Inegi, en julio el Índice Nacional de Precios al Consumidor (INPC) presentó un aumento de 0.74 por ciento respecto al mes anterior; con este resultado, la inflación general anual se colocó en 8.15 por ciento, el nivel más alto desde diciembre de 2000.
Es decir, hoy comer huevo, papa, salir a comprar a fondas, torterías y taquerías; o buscar naranja, cebolla, refrescos envasados y ni qué decir de servicios en restaurantes y similares; una vivienda propia y la carne de cerdo, son cosas de pudientes. De acuerdo con el estudio ¿Cómo afecta la inflación a los hogares?, del Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO), para los hogares con ingresos de nivel medio (ingresos de 11 mil 122 pesos) el incremento real de la inflación no fue de 9.31 por ciento y el impacto es aún mayor para los hogares de bajos ingresos, que tienen recursos de alrededor de 3 mil pesos al mes y vieron un incremento de 10.26 por ciento.
La empresa Provident México informó que en el último año, seis de cada 10 mexicanos pidieron algún tipo de préstamo o crédito, ya sea a bancos, instituciones financieras o familiares, para financiar sus gastos o completar sus pagos.
En resumen, estamos endeudados y el salario no nos está alcanzando para vivir ya no holgadamente, sino con lo mínimo e indispensable.
El reto en México no es político, es económico, y mientras se siga disfrazando la realidad con pleitos entre partidos, ajustes personales de cuentas y elecciones que nunca terminan, el país y sus habitantes saldremos perdiendo y las próximas generaciones pagando.
Eduardo GonzálezTwitter: @laloflu