En la literatura mexicana, el oficio que describe esta palabra adquirió un brillo entrañable gracias al cuento escrito, con ese nombre, por Juan Jose Arreola.
Por mi parte lo leí hace un par de décadas y, aunque no lo tengo prensente en sus detalles, dejó en mi un sabor indeleble.
Creo recordar que es un cuento surgido en el mundo de la nostalgia, pero no tengo claro si de nostalgia de pasado o de futuro. Después de todo, no se sabe bien a bien si un tren va o viene, de allí que su condición temporal sea, con frecuencia, incierta: no siempre en el pasado, no siempre en el futuro, de modo que, presumiblemente, con mayor familiaridad reposa en la nostalgia. El guardagujas, no el de Arreola, sino ese y todos los demás, es un empleado que los tabuladores han considerado menor pero cuya responsabilidad alcanza la nobleza de quien blande el bisturí en una sala de hospital. Un leve parpadeo o un excesivo quedarse con la mirada fija en el horizonte puede provocar no una, sino muchas tragedias a la vez, si consideramos que cada pasajero en un tren tiene derecho a que su tragedia sea contabilizada individualmente y no agregada en una desporsonalizada tragedia general. En el cambio de vías, alguien debe señalar hacia dónde ha de dirigirse el tren. Por eso el guardagujas es un oficio menor según los tabuladores, noble de acuerdo a su altísima responsabilidad y, muy seguramente, entrañablemente bello si hacemos caso a cierta literatura del nostálgico sur de Jalisco.
El guardagujas, además de cuento, y oficio noble y bello, nos facilita una comprension de ciertas criaturas religiosas mas allá de los lugares communes. Pese a un tabulador bajo en la escala mundana, metafóricamente el guardagujas hace las veces de aquellas acciones conocidas como ángeles.
Nos demos cuenta o no, hay personas que como guardagujas de la vida orientan nuestros pasos por vías insospechadas. Quienes lo hacen buscando el bien, colocan la flecha de nuestra vía hacia un lado, generalmente en sentido opuesto al de aquellos que quisieran hacernos daño. Todas, todos, sin embargo, podemos ser guardagujas en la vida de otros. Si está en nosotros colocar la vía y la flecha hacia su felicidad, habremos cumplido con la nobleza del oficio.
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