Política

Una educación podrida pudre a la nación

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Los problemas de la educación pública en México no son nuevos, ni nacieron con este gobierno, y la historia de la humanidad da cuenta de un hecho cierto: la tarea educativa siempre ha estado determinada por dos impulsos contrapuestos: de un lado, los esfuerzos libertarios, y del otro, los afanes de dominio.

Los primeros buscan rescatar de la ignorancia a los educandos y capacitarlos para realizarse en la libertad; los segundos, someterlos al pensamiento y la acción de quienes deciden el contenido de la educación, trátese de gobiernos, iglesias u otras fuentes de poder, como el económico.

Naturalmente, esos dos impulsos (el liberador y el de dominio) operan en fuerte confrontación, como lo prueba el último siglo en México.

El presidente Plutarco Elías Calles, hace casi cien años, fue un gran impulsor de la educación pública, pero su intolerancia provocó la sangrienta guerra Cristera. En 1934 dijo en el llamado Grito de Guadalajara: “debemos apoderarnos de las conciencias de la niñez y de la juventud porque son y deben ser de la Revolución”.

En 1959 el presidente López Mateos impuso el “Libro de Texto Gratuito”. Amplios sectores sociales y el PAN se le opusieron enérgicamente, no por su falsa gratuidad (pues lo pagamos los contribuyentes) sino por único, faccioso y maniqueo.

En 1993, siendo presidente Salinas, también se dieron fuertes debates en el Congreso por la reforma educativa, en el 3° Constitucional. Participé en ellos como diputado federal y consta en el Diario de los Debates la interminable lucha entre la libertad y el dominio.

Avanzamos en las últimas tres décadas para ampliar el horizonte de los educandos, procurando evitar dogmas, sectarismos y falsificaciones históricas. Ahora nos hallamos ante una nefanda intentona oficialista: El Plan Educativo Nacional y los nuevos libros de texto se elaboraron al margen de los padres de familia, los maestros, los pedagogos, los técnicos y científicos prestigiosos, violando por ello la Constitución y la ley.

Tartufo la llama “la revolución de las conciencias” (igual, exactamente igual, como hace cien años lo hacía Elías Calles) y es sólo un asalto artero a esas conciencias infantiles, para troquelarlas al antojo del sátrapa en turno.

Esos libelos regresan a la “lucha de clases”, a la visión maniquea, a la división de México en dos bandos: “los dominantes y los dominados; los oprimidos y los opresores”, atizando viejos odios y resentimientos entre los mexicanos.

Además, las pifias en tales bodrios (en gramática, matemáticas, geografía, historia, física, astronomía y otras disciplinas) demuestran haber sido hechos con las patas traseras de rojillos trasnochados, para envenenar el alma de las nuevas generaciones.

Repudiemos esas porquerías, porque una educación podrida pudre a la nación.

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Diego Fernández de Cevallos
  • Diego Fernández de Cevallos
  • Abogado y político mexicano, miembro del Partido Acción Nacional, se ha desempeñado como diputado federal, senador de la República y candidato a la Presidencia de México en 1994. / Escribe todos los lunes su columna Sin rodeos
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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