“Monterrey en una nuez”, tituló Juan Villoro el discurso que dio al recibir el Doctorado Honoris Causa de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL). Tuve la suerte de acompañarlo en la ceremonia en la que a su vez decidió rendir homenaje a los regiomontanos de su vida, empezando por el universal Alfonso Reyes que resumió el país en su texto México en una nuez.
“Reyes entendió la cultura como una reflexiva manera de sobrellevar la realidad, una conversación inteligente donde el otro puede tener razón”, definió Villoro, con afán de remarcar la posibilidad de dialogar en tiempos de polarización.
Otro prócer de la patria norestense invocado fue José Alvarado, quien además de haber sido el último rector humanista que tuvo la UANL, transformó el periodismo en literatura bajo presión. “Cuando ingresé a la UAM a estudiar Sociología, un maestro nos dijo en forma inolvidable: ‘Estudien, muchachos, o van a acabar de periodistas’. No sabía que ya teníamos un contraejemplo para eso. Alvarado demostró que el periodismo es una resistente forma del arte”.
De ahí pasó a saludar al maestro Abel Quezada, no solo recordando sus célebres cartones y personajes, sino con un aforismo de los ochenta que anticipó el Fobaproa: “Los economistas han descubierto que, en México, los banqueros son ahora más ricos que cuando eran banqueros”.
Luego pasó lista con Gabriel Zaid, Guillermo Sheridan, Minerva Margarita Villarreal, José Javier Villarreal, Antonio Ramos Revilla, Gabriela Riveros y otros autores que consideró decisivos. David Toscana, Héctor Alvarado, Eduardo Antonio Parra, Patricia Laurent y Hugo Valdés aparecieron en su radar noventero cuando era editor de suplementos literarios y dedicó uno a estos narradores del Cerro de la Silla.
El doctor Villoro cerró con el más marginal y galáctico de los escritores regios con los que dialogó esa mañana: “En ocasiones, la poesía se convierte en una exaltada forma de los estudios de campo. Lo sé porque el poeta regiomontano Samuel Noyola salió de esta ciudad para vivir en mi casa durante seis meses. Tocado por la luz, pero también por el negro sol de la melancolía, desapareció años después, dejando una estela misteriosa”.
La regia nuez que Villoro dejó a su vez en la ciudad en esa ocasión aún es causa de honor entre quienes nacimos por la triste nogalera literaria de Monterrey.
Diego Enrique Osorno